l cambio climático constituye una de las mayores amenazas para el futuro de la humanidad. Si no se pone límite a las emisiones gases de efecto invernadero, los efectos sobre la naturaleza, la economía y las personas podrían ser catastróficos, y, por tanto, hay que redoblar los esfuerzos para su reducción.
Pero, además de reducir las emisiones, es necesario prepararnos para los impactos del cambio climático. Independientemente de cuáles sean los escenarios sobre el calentamiento que se manejen y la eficacia de los esfuerzos que se realicen por mitigar este fenómeno, las repercusiones del cambio climático se incrementarán en las próximas décadas debido a los efectos del pasado y a las actuales emisiones.
En esencia, afrontamos grandes cambios en el clima de la Tierra, con consecuencias muy graves. Es comprensible, por tanto, que términos como descarbonización sean imprescindibles, omnipresentes. En esas estrategias energéticas, se plantea la necesidad de sustituir los combustibles fósiles por las energías renovables. Ahora bien, convendría preguntarse cuánta energía hace falta, cómo podemos recuperar a través de procesos más eficientes, qué proyectos son realmente sostenibles, dónde causarán el menos impacto posible, y si podemos seguir con el modelo de producción y consumo actual.
A día de hoy, el consumo sigue estando relacionado con el comportamiento de la economía, a mayor crecimiento económico, más demanda energética. Sin embargo, en el cálculo de los científicos, esa relación se rompe. Según los cálculos de un grupo de investigadores de la Universidad de Leeds en el Reino Unido, con un gasto de energía global similar al de los años 60, la población mundial, que se estima que se habrá triplicado para entonces, podría satisfacer todas sus necesidades materiales básicas para llevar un estilo de vida con ciertas comodidades propias de los países desarrollados.
Para ello sería necesario, apunta el estudio publicado en la revista científica Global Environmental Change, implementar en todos los ámbitos la tecnología disponible para conseguir más eficiencia, reducir drásticamente el consumo global y acabar con las desigualdades. Hay que tener en cuenta que actualmente el 30% de la población consume el 70% de la energía.
"Nuestro estudio muestra otro mundo diferente", según se señala en el citado estudio, y el modelo que se propone implica que los habitantes de los países desarrollados reduzcan drásticamente su consumo, y que la energía se distribuya de forma equitativa y eficiente para que tenga como fin ofrecer una vida digna a toda la población. Y consideran que ha habido una tendencia a simplificar la idea de la buena vida con la noción de que cuanto más, mejor.
Todo esto viene a cuento porque en los proyectos de diversas empresas fotovoltaicas de instalar macroparques solares en distintas zonas de Navarra, así como eólicos, entre ellas en la parte norte y sur de la sierra de El Perdón, se ha planteado como una necesidad importante aumentar las necesidades de abastecimiento de energía para los próximos años. Sin embargo, un aspecto fundamental de la transición energética es que ha de basarse en una reducción muy importante del consumo energético en los países desarrollados, en que vivimos, y el consumo de energía restante, evidentemente, tendrá que ser de energías renovables.
El problema no es la energía fotovoltaica, o la eólica, el problema es la forma en que se quieren realizar estos proyectos, basados en parques solares de grandes dimensiones y en zonas en las que el impacto visual y ambiental es muy alto. No es un modelo descentralizado en el que los municipios son responsables de la generación de la energía que necesitan, sino un modelo industrial en el que las grandes empresas buscan el enriquecimiento a coste de un recurso público: el espacio y el paisaje.
Las empresas promotoras coinciden en invocar dos grandes falsedades para apoyar sus iniciativas: los parques solares evitan la despoblación y crean empleo. Pero, ¿esto es cierto? ¿Supone la instalación de un macroparque solar un impulso económico y demográfico para nuestros municipios y concejos? Parece que todo lo contrario, ya que va a suponer la desaparición de la agricultura y del turismo rural, además de producir severos impactos paisajísticos que deteriorarán la imagen del territorio, tendrán un impacto negativo en los ecosistemas y en la biodiversidad, y afecciones muy graves en el medio ambiente, que acentuarán la despoblación y la pérdida de valor de sus propiedades.
Otra proclama es la creación de empleo, pero los datos evidencian que tampoco es del todo cierto. El empleo se crearía, potencialmente, en la fase de construcción, posteriormente el mantenimiento sería mínimo y se realizaría por personal especializado traído de fuera. Un efecto despreciable frente a las pérdidas potenciales que pueden suponer estos parques para otras actividades como las ya comentadas de la agricultura y el turismo rural. Lo que sí es cierto es que los ayuntamientos reciben financiación a costa de los impuestos municipales que gravan a estos proyectos, pero dicha financiación son auténticas migajas en comparación con los beneficios generados por las empresas.
Por tanto, la lucha contra el cambio climático, las políticas de descarbonización y la transición energética deben de tener en cuenta cuestiones tan fundamentales como cuánta energía se necesita, cuánta necesitamos para vivir bien y en qué medida podemos bajar el consumo energético si queremos conseguir los objetivos de reducción de emisiones, que la Unión Europea cifra en cero emisiones en 2050, pero que, tal y como proclaman diversas organizaciones ecologistas, deberían ser más ambiciosos, adelantando las emisiones neutras en carbono para 2040.
El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente