Una mañana se acercó al mercado a última hora y cuando terminó de aprovisionarse se sentó a tomar un café. Eran las dos de la tarde y los puestos se desmontaban ya, las cajas de naranjas, patatas y espinacas volvían a sus camiones y el paisaje quedaba como los pueblos abandonados tras una guerra vegetal. Había un tiempo, corto, antes de que llegara la brigada de barrenderos para devolver ese espacio a su condición urbana, decorosa y habitable. Un cuarto de hora. El tiempo de tomarse el café. Y mientras lo hacía asistió a la aparición de hombres y mujeres que se agachaban y recogían de donde minutos antes se erigía la arquitectura ligera de los puestos manzanas golpeadas, berenjenas y algún racimo de uva olvidado entre papeles de estraza. Este descubrimiento le despertó la curiosidad y la conciencia. Comprobó que ocurría lo mismo en otros mercados franceses y un día se acercó con su cámara a la recogida de la patata y vio que unas por muy pequeñas, otras por demasiado grandes, se desechaban. No resultaban vendibles. Encontró algunas con forma de corazón y en ese momento de azar nació la idea de su icónico y reconocido documental Los espigadores y la espigadora. Alimentos desperdiciados que alivian necesidades, alimentos con corazón. Agnès Varda supo leer la letra pequeña de este sistema económico que descarta constantemente lo que aún es válido. Filmó a los espigadores rurales que recogen del campo lo que queda tras la cosecha y a los espigadores urbanos que se asoman a los contenedores junto a los supermercados para rescatar pechugas de pollo, magdalenas y yogures recién caducados. Descubrió que hay mucha gente que vive de la basura en los países ricos. Por necesidad o por rebelión ideológica. Hoy, 20 años después, me entero de que en el valle de Yerri donde nació mi padre hay una espigadora que ha tomado el testigo. Elena Cereceda ha puesto en marcha Buruxka. Junto con voluntarias y voluntarios de 6 a 60 años ha recogido desde julio cientos de kilos de fruta y hortaliza que después entregan al Banco de Alimentos y otros colectivos sociales. Les apoyan instituciones, UPNA y fondos europeos. Han sabido encontrar las mismas patatas que Agnès.