uando nos recalcaron tantas tantas veces que Felipe VI iba a ser el rey mejor preparado de la historia de España, muchos ya nos pusimos en guardia, porque lo que natura no da Salamanca no presta, y ya está certificado -a tenor de las grandes decisiones (todas erróneas) de su aún corto reinado- que muy espabilado no nos ha salido. Lo cual es un problema en un cargo que se hereda y se ejerce de por vida, sin que se le pueda sustituir ni, mucho menos, inaugurar la tercera República, que sería lo suyo.

Y no es que se le exija que sea tan pasado de listo como su padre, no gracias, pero qué menos que alguien funcional, prudente, empático.

El caso es que la actual monarquía está más cuestionada que nunca y con la urgencia de tomar medidas para lavar su cara, pero Preparado I, lejos de coger ese toro por los cuernos -transparencia real en sus cuentas, fin voluntario de la impunidad/inmunidad-, lo va aplazando sine die.

A ver, que no es que esté en juego su reinado, que no corre verdadero peligro porque la Consti del 78 lo blindó de maravilla: para acabar con él harían falta unas mayorías impensables. Y no solo porque para el PP nunca es buen momento para cambiarle ni una coma, sino porque aquí es imposible ponerse de acuerdo en nada (como decía Perich: "Si la ley de gravedad se hubiera tenido que discutir en las Cortes, andaríamos a un metro y medio por encima del suelo").

No, no es un asunto de supervivencia, sino de pura estética: o das una imagen de monarquía del siglo XXI o te conviertes en un símbolo rancio más de esos que tanto abundan por aquí.

Con el pedazo de presupuesto que tiene la Casa Real, parece mentira que no tenga más asesores que le aconsejen bien y menos palmeros como esos que le sacan la cara con argumentos como que "es el arco de bóveda de nuestro modelo de Estado". Algo que es cierto si se refieren a ese Régimen del 78 que se cae a pedazos, pero que intenta colarnos el disparate de que sin monarquía es imposible la democracia. Y el otro argumento divertido contra los republicanos es tildarnos de extrema izquierda, cuando superamos claramente el 50%. Y subiendo con cada tiro que él mismo se da en los pies.

Ya está certificado -a tenor de las grandes decisiones (todas erróneas) de su aún corto reinado- que Felipe VI muy espabilado no nos ha salido.