En esta era de series a borbotones e imágenes en bucle, recientemente he visualizado dos tituladas Porvenir y Red Natura 2000. La primera ponía el foco en el cambio climático ya existente y evidenciado con datos aportados por varios ecólogos, biólogos/as; la segunda mostraba un amplio abanico de personas que habían hecho de su vida una con la naturaleza y que habían optado por mantener oficios y aficiones que aportasen equilibrio y complementación del ser humano como una especie más en el inmenso ecosistema que nos rodea y mantiene milenios. Los cambios y desconexiones llevados a cabo desde los años sesenta del siglo XX con los ritmos vitales de la naturaleza introdujeron en el diccionario colectivo conceptos tan desconocidos como deseados: "Bienestar, sueldo fijo, jornada laboral, seguridad o progreso". Y qué duda cabe de que ese plato de la balanza se satisfizo, se contentó si recordamos los números que hablaban por sí solos que, así como América había sido el sueño dorado donde todo podía ser mejor, la capital de la provincia, véase Iruñea, Donostia, Gasteiz o Bilbo por descontado, se planteaba como mullido pesebre donde dejar atrás la dura y precaria vida del pueblo. Sesenta años después de aquella jugada de tablero en la que valía más la pena y el bolsillo sacar brillo a una metalúrgica en boga, que a la dalla oxidada en el guñibi, creo que muchas veces no hemos sabido/querido mirar ni fijarnos que el otro plato de la báscula se vaciaba hasta casi lucir vacío hoy. ¿Es demasiado tarde ya? ¿Cuáles son las soluciones claras y directas? ¿Existen realmente? ¿Interesaría aplicarlas? Los montes, generadores y estabilizadores atmosféricos, cada día más cerrados de maleza y saturados a su vez en sus puntos más turísticos. Much(ísim)os pueblos, a pesar del efecto rebote generado por la pandemia, visualizan el cartel de "olvidados-abandonados/as porque nuestros votos no declinan elecciones". Los escalones inminentes a descender son escuelas cerradas, establos destartalados, panaderías que vendan congelado o cerradas el fin de semana, y una tasa de paro cero proporcional a una tasa de población cero. Ante tal escenario, y en una sociedad que mantiene el objetivo de "trabajar de lo que uno ha estudiado, y trabajo para toda la vida", resulta casi rocambolesco plantearse siquiera un cambio. Huele a podrido debajo del zapato, sabemos que es nuestro el hedor, y lo hemos normalizado. La inversión a posteriori no serviría de bálsamo para el desgarro por la pérdida de patrimonio, identidad y la desconexión.