enía fraguándose lentamente la idea de que se estaba gestando un frentepopulismo de derechas rampante y cavernario. Sé que suena alarmante y despierta las voces de gesta de la guerra civil. Seguramente no era más que una de esas hipérboles que circulan en las redes sociales, pero lo cierto es que el escenario político de la Comunidad de Madrid, desde una perspectiva progresista, no puede ser más desolador. La victoria demoledora y sin paliativos de la derecha es incontestable. Lo más preocupante no es que hayan ganado los conservadores, pues en una democracia es una posibilidad que hay que asumir. Lo grave es la radicalización de la derecha y el mimetismo que ha mostrado con la ultraderecha, con la que se intuyen inquietantes alianzas. No solo perdió la izquierda, pese a la alta participación, sino que Isabel Díaz Ayuso borró de un plumazo a Ángel Gabilondo, Pablo Iglesias, José Manuel Franco y Edmundo Bal. En fin, recuerdo con cierta preocupación aquellos tiempos en los que los sindicatos eran verticales y que el precursor de la eutanasia, Franco, murió en la cama de muerte natural. Hoy, muchos años más tarde, percibo que hay una cierta nostalgia respecto de aquel dictador y sus malévolas perpetraciones. Lo cierto es que a la ultraderecha le falta sentido de la realidad, que no es otra cosa sino indiferencia hacia la democracia. Están decididos a encarrilar la sociedad y a decidir España, la suya: la una, grande y libre. Por eso, a la extemporánea imagen de esa multitud fanfarrona de señores de traje y corbata arremetiendo sistemáticamente contra el gobierno, a ese relente de ejército fantasmal que concurre, al amparo de ciertas alegorías preconstitucionales, a manifestarse insistentemente para lograr un poder que considera suyo, sólo le falta repetir aquel desafortunado ¡viva la muerte! que gritó Millán Astray ante un indignado Miguel de Unamuno. Es verdad que los que consumen ideología conservadora y neoliberal son una minoría, pues el resto va de recental, a cosa hecha, al grito pelado del líder caudillista, pues la vulgaridad siempre hace mucho bulto.

Lo peor de la derecha radicalizada es que han puesto la democracia en el ojo del huracán. Es tal la virulencia retrofranquista, tal la constante soflama insultante y provocativa que impera en el PP y en Vox contra la izquierda, que la convivencia pacífica amenaza quiebra. Y es que la crispación sistemática alimenta el enfrentamiento e interfiere gravemente en el buen funcionamiento de la democracia, ese sin fin de vapores bienolientes y amanecidos de un nuevo sistema de respirar y no sólo de vivir o de gobernar. Pero la derecha siempre trabaja a favor de los suyos y procura el triunfo de los más fuertes mientras los pobres comen de su hambre. El país le trae sin cuidado, pues el poder es lo que le mola. No obstante, nos seguirá dando baños de españolismo mediocre y al borde de la ordinariez. Y es que la derecha es española hasta las cejas, católica hasta las cejas, patriota hasta las cejas y muchas cosas más hasta las cejas. Por eso viven perpetuamente en encendidas querellas políticas contra la izquierda mientras mantienen un vertiginoso equilibrio entre la severidad de sus creencias religiosas y toda clase de frivolidades. De la mentira y el insulto han hecho virtud. Y es que la ultraderecha no ha superado sus mezquindades de la guerra civil, hasta el punto de que ha trasmutado la pérdida definitiva de la dictadura en rencor eterno. Y de ese encono se alimenta su nueva cruzada, que ha convertido el odio en el discurso de muchos madrileños. En fin, Madrid es una fiesta de cañas y berberechos, cosa que nunca escribió Hemingway, pues lo de fiesta iba por Pamplona.

Aún recuerdo que nos vendieron la democracia como un catecismo que predicaba la igualdad en un esperanto universal, amonedado soluciones infalibles y sentencias esperanzadoras. Es cierto que la democracia clama por la igualdad, pero la ultraderecha lo dice tan bajito que su clamor se convierte paradójicamente en una afirmación de la propia desigualdad que pretende combatir, esto es, en la santa prostitución del alma, de la que se lamentaba Baudelaire. En fin, no debemos olvidar que hasta las ideas más hermosas se malogran en cuanto se ponen en circulación, pues el radicalismo es un implacable depredador de ideales. El voto se ejerce muchas veces en función de filias y fobias, más fáciles de entender emocionalmente que racionalmente. Y aun así, la alternancia política está garantizada, aunque por razones que no invitan al optimismo. Vamos, que el neoliberalismo nos ha llevado al fin de la ilusión y al desguace de la utopía, pues la democracia ha dejado de ser el instrumento destinado a garantizar la emancipación de la humanidad, pasando a ser un mecanismo de decisión de las mayorías, independientemente de que estas acierten o yerren en sus elecciones, o los gobiernos salidos de las urnas satisfagan o defrauden las necesidades de los desfavorecidos. En fin, sea como sea, hay que admitir que algo ha hecho mal la izquierda madrileña.

El autor es médico-psiquiatra y presidente del PSN-PSOE

No debemos olvidar que hasta las ideas más hermosas se malogran en cuanto se ponen en circulación,

pues el radicalismo es un implacable depredador de ideales