l covid nos está cambiando la percepción del tiempo y con ella la de la edad. Nos hace ser más conscientes de la edad que tenemos, del grupo al que pertenecemos, sobre todo según avanza la pandemia y la vacunación y escuchas a tu alrededor los años de la gente que te rodea y la pregunta ¿Y tú de qué año eres? Las franjas de edad que van entrando en el lado de los inmunizados van marcando las diferentes líneas rojas, mayores de 80, mayores de 70, mayores de 50, a partir de 40... y ya por debajo casi todo lo demás, porque entonces todo es juventud. Tus contactos estrechos van pasando de una a otra y se habla con más libertad que nunca de los años que tenemos cada uno y una. La frontera de la madurez, esa que todas vamos retrasando en la ilusión de sentirnos jóvenes pese a lo que diga nuestro DNI, se ha visto ahora remarcada por la pandemia. Todos y todas pertenecemos a la generación en la que nacimos, al margen de cómo nos sintamos y con ella vamos avanzando en estos meses de covid. Que decir de los que de pronto se vieron, con toda su vitalidad en la mochila, metidos en el saco de personas de riesgo convertidos de un día para otro en personas mayores, con todo lo que eso significa en la línea de la vida. Pero hay también otra sensación más interior, como que este año hemos envejecido más, emocional y físicamente, que los meses han pesado más de la cuenta, que el tiempo del reloj se ha duplicado en su efecto en el calendario y que los cumpleaños confinados no deberían sumar. Que la soledad, el aislamiento, la falta de contacto, la limitación de la vida social, están dejando una huella profunda por la que todavía transitaremos un tiempo. Porque nos va a costar ir abriendo nuestras propias limitaciones. Parece que fue ayer cuando vivíamos un mayo y un junio feliz pensando que salíamos de la incertidumbre y entrábamos de nuevo en el terreno conocido y seguro. Pero todo estaba por recorrer y por conocer. Y aquí estamos, en las puertas de otro junio, sin demasiadas certezas a la vista. Casi nada en estos meses de pandemia ha sido como era y menos como esperábamos que fuera. Ahora toca reconstruirnos, social y personalmente. Avanzar sin retroceder, seguir mirando al futuro con el aprendizaje del pasado y vivir un presente sin miedos, pero con cautela. Es pronto para saber cómo saldremos de todo esto. Pero lo que sí sabemos es que saldremos, que no es poco.

La frontera de la madurez, esa que todas vamos retrasando en la ilusión de sentirnos jóvenes pese a lo que diga el DNI, se ha visto ahora remarcada por la pandemia