reo que en esto también nos engañamos. En pensar que vivimos en una sociedad mejor de lo que en realidad somos. Nos autoengañamos con facilidad, esa es la verdad. Y nos cuesta desengañarnos luego. Creernos mejores de lo que somos es lo fácil. No soy pesimista, ya lo he escrito antes. Más bien observo el pasar de la vida con optimismo. Tampoco sé si eso es bueno o menos bueno. Y no dudo de que los humanos hemos avanzado en valores y hemos instalado principios que nos han hecho avanzar en común. Desde la solidaridad a la justicia social o los derechos humanos. Pero las costuras que sujetan esos avances sociales son débiles. Saltan con facilidad. La aparición del cadáver en una bolsa a 1.000 metros de profundidad en el mar de una de los dos niñas desaparecidas en Tenerife junto a su padre tras amenazar éste a la madre con que no las iba a volver a ver es una de esas costuras que saltan cada día por decenas de miles en todos los rincones del mundo. Un nuevo asesinato de la violencia machista contra las mujeres por el mero hecho de serlo y que se cobra también las vidas de niños y niñas asesinados con el único objetivo de hacer daño a sus madres. "Te voy a dar donde más te duele", le dijo Tomás Gimeno a su exmujer antes de desaparecer junto a sus dos hijas. La cara más cruel e inhumana de la violencia machista. Desde 2013, han sido asesinados por sus padres o las parejas o exparejas de sus madres 41 menores. En la estadística oficial que arrancó con el recuento de mujeres asesinadas en 2003 ya suman 1.088, 18 de ellas en este 2021. Además de miles de casos de agresiones, abusos y violaciones. También ha sucedido esta misma semana en Barakaldo, una brutal paliza en grupo a un joven homosexual. Otra costura rota. Chavales de su misma localidad. Partes de una sociedad con altos niveles de protección, educación y privilegios. Y hace solo unos días, el Servicio Social de Justicia del Gobierno de Navarra advertía de que el confinamiento ha hecho florecer nuevos casos de violencia machista entre los más jóvenes. Resulta incomprensible, pero es real. La homofobia y los delitos de odio por cuestiones de raza, sexo o clase social aumentan. Al mismo tiempo, hay un discurso en auge que cuestiona la validez de los valores de una convivencia integral y tolerante. Que blanquea la violencia machista y señala a los diferentes sean cuales sean sus diferencias. Una agresiva campaña social y política de corte negacionista por parte de sectores de la derecha y, sobre todo, por la ultraderecha espoleada por su blanqueamiento institucional y mediático. Hechos graves que están siendo consentidos y alimentados desde medios de comunicación y que están poniendo en riesgo los consensos y derechos básicos alcanzados y, en el caso del neomachismo en alza, amenaza con eliminar algunas de las medidas de protección a las mujeres, de prevención de la violencia, asistencia a las víctimas y penalización de los agresores. Se utilizan el antifeminismo, las migraciones o el rechazo racista, religioso o sexual para una naturalización política de la violencia contra las mujeres, las diferencias sexuales o el color de la piel. En el siglo XXI, pese a los avances humanistas y las costuras legales, políticas, educativas, sociales y colectivas que los sostienen, la desigualdad permanece prendida en el subconsciente de la sociedad.