as recientes inundaciones en países centroeuropeos han puesto de manifiesto el papel del cambio climático acelerado en episodios hidrometeorológicos extremos.

Conviene recordar que eventos de este tipo se repiten periódicamente cada cierto número de años y mediante una caracterización estadística es posible determinar el lapso temporal de recurrencia. Esto no significa que un episodio se repita exactamente cada 100 o 200 años, sino que lo más probable estadísticamente es que haya uno similar en ese periodo. En el caso de las precipitaciones extremas los periodos de retorno se obtienen ajustando distribuciones a series temporales basadas en registros observacionales o en resultados de modelos climáticos que tratan de simular el comportamiento de los procesos atmosféricos. Así se hizo por ejemplo con la inundación que afectó gravemente a la cuenca del Cidacos hace ahora dos años. Pero precisamente los periodos de retorno de las propias inundaciones son mucho más complejos de establecer debido, por un lado, a que se cuenta con pocos datos históricos y, por otro, a la variación de usos del suelo y elementos del paisaje como la vegetación y la urbanización u otros fenómenos geomorfológicos como corrimientos, erosión, sedimentación, etcétera. Vaya por delante que los fenómenos se repiten de forma natural y de ninguna manera caben interpretaciones del tipo de que el cambio climático es el causante de los mismos.

En los últimos años, sin embargo, son numerosos los estudios efectuados por la comunidad científica del clima que apuntan a un incremento de las lluvias extremas. Si, por ejemplo, en el clima de hace 50 años un número determinado de días al año aglutinaban un determinado porcentaje de la precipitación total anual, esa cantidad de días es inferior en el clima actual (siempre en promedio estadístico y global y no incluyendo posibles diferencias a nivel local o regional). Esta distribución, muy asimétrica en cuanto a días de precipitación y cantidad de lluvia, sufre además una mayor alteración en sus extremos. Para entendernos, las sequías y periodos con poca precipitación serán cada vez más dilatados. Y, en el otro lado, los días que concentren una precipitación más alta tendrán mayor probabilidad de ocurrencia. Esto es especialmente delicado en los percentiles más altos, ya que tienen una mayor probabilidad de dispararse. Además, las manifestaciones regionales, la métrica empleada o el umbral o percentil escogido desdibuja en cierta manera estas conclusiones. No en vano, esta tendencia al alza, si bien ha sido prevista desde los primeros modelos climáticos globales que proyectan las condiciones futuras del clima del planeta, tan sólo ha podido ser recientemente detectada en los registros observacionales de los distintos conjuntos de datos con los que cuentan los climatólogos. Esto se ha logrado gracias a los llamados estudios de atribución y detección del cambio climático en los que se diseñan experimentos que simulan patrones atmosféricos bajo concentraciones variables de gases de efecto invernadero. Los patrones emergentes son proyectados sobre los registros medidos en las estaciones de manera que la señal del cambio climático forzado por el hombre llega a distinguirse de la variabilidad natural del clima. Por cierto, las redes neuronales y las técnicas de aprendizaje profundo basadas en las ciencias de datos están ya contribuyendo decisivamente a ello. Desde el punto de vista físico hay dos líneas de argumentación que explican una intensificación de la precipitación extrema. Por un lado, una atmósfera más caliente puede albergar más vapor de agua que potencia un ciclo del agua más activo e intenso y donde los fenómenos de intensas precipitaciones tienen una mejor cabida. Por otro, ciertos patrones atmosféricos tienden a permanecer bloqueados y ser más estacionarios, por lo que el impacto de determinadas configuraciones como DANAs o borrascas puede llegar a ser mayor.

Por tanto, desde instituciones oficiales competentes en el estudio del clima debemos ser claros al respecto. Los eventos de precipitaciones extremas y las consecuentes inundaciones son ya más frecuentes, y lo serán cada vez más a medida que el planeta se caliente progresivamente. Llevado a escenarios como los acontecidos la pasada semana en Alemania y Bélgica, suponen unas enormes pérdidas humanas y destrucción de hábitats e infraestructuras, por tanto es muy necesario que se invierta en mejores sistemas de alerta temprana, en concienciar, sensibilizar y formar a la población en este tipo de riesgo y su alteración, en reducir la exposición y vulnerabilidad mediante una mejor planificación territorial y urbanística y en aumentar la resiliencia y las estrategias de adaptación a los impactos de un clima cambiante. Por último, es necesario hacer saber que los modelos numéricos de predicción del tiempo no pueden afinar en términos de localización ni de cuantificación de las zonas de mayor intensidad de precipitación, por lo que es fundamental adoptar, por un lado, un marco probabilístico de pronóstico y, por otro, una buena detección y seguimiento a tiempo real en base a información de teledetección como satélites o radares meteorológicos.

La emergencia climática en la que se encuentra el planeta va a suponer muy probablemente una clara desestabilización del mundo que habitamos y una consiguiente transformación sistémica. Recientes acontecimientos como las olas de calor del pasado y presente año en el interior y norte de Asia, el periodo de temperaturas excepcionales en Canadá de hace unas semanas o las millones de hectáreas calcinadas en los bosques boreales de Siberia son efectos cuya ocurrencia también es parcialmente atribuible al cambio climático. Estos mismos efectos suponen a su vez un agravante del propio problema de base debido a complejos lazos de realimentación. Pero sin duda lo más temible es la superación de los llamados puntos de no retorno, que conducirían a un nuevo estado climático con un impacto devastador en sistemas de producción y abastecimiento, destrucción de biodiversidad y forzosas oleadas migratorias a escala masiva. De todo esto y mucho más tratará el sexto informe de evaluación que el IPCC está a punto de lanzar. De hecho, un primer informe del grupo que trabaja las bases físicas de cambio climático será publicado el próximo 9 de agosto.

El autor es delegado territorial de AEMET en Navarra