uando los medios de comunicación nos ponemos a dar la tabarra con algo, es difícil que alguien pueda competir con nosotros. Ahora llevamos un par de meses enfrascados con el precio de la luz. Que si el megavatio hora marca un nuevo registro histórico, que si el encarecimiento del mercado eléctrico obedece a los derechos de emisión, que si el gas natural está por las nubes, que si conviene no conectar el horno de 12 a 14 horas, que si la abuela fuma... En fin. Una retahíla de explicaciones que para la inmensa mayoría de la población son un rollazo macabeo. Por no mencionar la propia factura en sí, cuya comprensión solo está al alcance de expertos en la materia. Todo ello para justificarnos el ineludible sablazo que llegará en el siguiente recibo. Me recuerda esto a aquellos días de hace diez años, cuando conseguimos que el personal se levantara acojonado con la evolución de la prima de riesgo, que era la noticia que abría los informativos sin que casi nadie supiera en realidad de qué se estaba hablando. De aquel tostón apenas aprendimos que se trata de un concepto que mide la diferencia entre el interés que apoquinan por la deuda pública los países menos fiables económicamente y el que pagan los más solventes. Hoy, felizmente, ya no se habla de la dichosa prima.