arece que el foco de interés se está moviendo hacia los jóvenes en la veintena y un poco más allá.

Empecé a fijarme en ellos cuando los medios nos ponían al corriente de las fiestas y encuentros de jóvenes que rompían las normas contra el virus.

El contrapunto me lo dio la creciente aparición en mi consulta de personas en dicha franja de edad. A mis compañeros les estaba pasando igual. Algo estaban viviendo por debajo de su festeo y rebeldía. Los medios van dedicando más atención a esa generación.

La gran pregunta: ¿van a vivir nuestros jóvenes una vida peor que la que hemos vivido sus padres? Desde uno que nació en los cincuenta. Para responderla, prefiero empezar por otra no tan difícil: ¿Está viviendo esa generación peor que lo que vivimos nosotros, sus padres, a su edad? Esa edad cayó para mi generación en el entorno de la muerte de Franco con todo lo que eso implicaba. Si comparo mi veintena con la vuestra, me dan vértigo las enormes diferencias que nos separan. No había ordenadores, ni móviles, ni prácticamente viajes en avión, ni apenas vacaciones juveniles. Saber algo suponía consultar un pesado libro de una enciclopedia que podía no estar en casa. Todos los países del mundo estaban lejísimos. Apenas habíamos visto negros. Conocíamos muy pocos deportes y practicábamos muchos menos. Leíamos más: nuestra libertad se recorría en las novelas. No teníamos calefacción en las casas, ni siquiera aire acondicionado. Nos era relativamente fácil tener dinero y empleo. Eso implicaba que muchos jóvenes cortaban rápidamente su fase adolescente de aprendizaje y formación para pasar a la etapa adulta. Eso acortaba esa fase de la vida de maduración formativa y emocional. Ese trabajo era mucho más físico, hoy cambiado a otro con un mayor componente intelectual.

Siempre he sospechado de los viejos que dicen que "cualquier tiempo pasado fue mejor" o "esto no puede durar mucho". Tal vez es así para ellos porque se acercan a la última estación.

Si para ellos no será fácil crear su autonomía personal, tampoco lo fue para nosotros, aunque tuviéramos dinero. Es una etapa difícil. Nosotros salíamos en cuanto podíamos de casa, ellos tardan el hacerlo. ¿Estamos mezclando la dificultad económica para salir de casa con la dificultad para romper los lazos de dependencia familiar? En mi opinión los jóvenes actuales tienen mejor vida en conjunto.

Desde una que nació en los noventa. A la pregunta de si viviremos (o estamos viviendo) una veintena peor de la que transitaron nuestros padres y madres solo puedo decir que es, sin lugar a dudas, distinta. Conceptos como la estabilidad, la permanencia, lo "seguro", no entran ya en nuestras cabezas. No encontraremos un empleo cuyas condiciones estén a la altura de todo el dinero y esfuerzo invertidos en formación. Y si lo hacemos, damos gracias a los cielos por tener, al menos, trabajo. Y no nos "podemos" quejar (aunque lo hacemos), porque siempre tenemos cerca a alguien más frustrado.

Aceptar que el plan que nos dicta la sociedad de independizarnos temprano, casarnos y tener hijos no es factible con un salario de menos de seis meses. Nos toca ser más aventureros que nuestros padres, pero es una aventura no siempre elegida.

Ahora bien, la realidad que habitamos nosotros millennials, dista bastante de la que se describe arriba. Todo es virtual, más tras una pandemia mundial que ha casi anulado todo tipo de contacto. Todo es virtual, e inmediato. Nos hemos acostumbrado a satisfacer los deseos al instante y después resulta que cumples 25 años y te das de bruces con una adultez mucho más incierta de lo que parecía.

¿Por qué tardamos en independizarnos? Además de lo económico, no negaré que nuestros padres en ocasiones son demasiado buenos con nosotros/as y quizás eso nos lleve a acomodarnos un poco.

En cualquier caso, cada generación tiene lo suyo. A nosotros/as nos toca sortear un panorama laboral más precario y un futuro incierto. Pero nuestros padres no tuvieron la accesibilidad que nos da la tecnología, entre otras bondades, así que creo que quedamos en empate.

*Firman esta carta: Alba Armañanzas, psicóloga, y Goyo Armañanzas, psiquiatra

La gran pregunta:

¿Van a vivir nuestros jóvenes una vida peor que la que hemos vivido sus padres?