os colores del semáforo son universales. Rojo, amarillo y verde. Prohibido pasar, recomendación de detenerse, paso permitido. Actividad ilegal, actividad alegal, actividad legal. Sí, los semáforos son una metáfora de la vida, evalúan gestiones cotidianas e incluso son una señal que explica la actividad económica y social de un país.

Un semáforo sirve para saber si se ha comprendido una explicación: "No entiendo nada", "tengo dudas", "está claro". Sirve como indicador de notas: "suspenso", "aprobado justo", "aprobado alto/notable". No sólo eso; su lógica se puede usar para valorar personas. Además, esta evaluación tiene un interesante componente transversal; se puede ser un buen miembro de una familia, un mal trabajador y un amigo respetable. Somos así. Por eso la costumbre de discriminar "buenas personas" de "malas personas" no tiene sentido alguno: depende del contexto. En realidad, lo que se puede evaluar es un comportamiento concreto. Es la misma idea que decía Winston Churchill cuando le preguntaban su opinión de los franceses: "No lo sé, no conozco a todos". Lo mismo sirve cuando nos piden opinión sobre una persona concreta: "No lo sé, no conozco todos sus comportamientos".

Evaluamos a menudo a los demás, nos evaluamos poco a nosotros mismos. El dicho de que "las comparaciones son odiosas" es falso; "las comparaciones son inevitables" es más correcto. Además, aparecen conclusiones sorprendentes. Preferimos ganar 2.000 euros al mes si los que nos rodean ganan 1.800 a ganar 3.000 si los que nos rodean ganan 3.500 euros. En otras palabras, lo que cuenta es estar mejor en términos relativos, no absolutos. ¿Absurdo? No. Lógico y razonable. Siempre proporciona bienestar interior vernos un poco mejor que los demás. Son cosas que no se dicen pero que se piensan.

Ahora bien, ¿cómo pueden los semáforos ser un indicador razonable de la actividad económica de un país? Se puede contestar a esta cuestión con una pregunta; si ves un semáforo rojo, no hay ningún policía a la vista y no aparece ningún coche, ¿qué haces?

En general, si vamos andando cruzamos. Aunque la idea tiene sentido práctico (al fin y al cabo, no vamos a tener ningún accidente, no nos van a multar y vamos a ganar tiempo) existen un aspecto muy inquietante que merece la pena valorar. ¿Damos ejemplo así a los niños? Hay una regla clara: semáforo rojo, no pasar. Sin embargo, aparece una excepción: no hay riesgo alguno si cruzamos. ¿Entonces? A cruzar. El ejemplo es pésimo, ya que, de manera inconsciente, se puede pensar que existen razones por las que me puedo saltar las reglas. Eso no es bueno; de hecho, ya existen semáforos con luces parpadeando en los que se indica que si no hay circulación podemos cruzar la carretera.

Claro que la cosa empeora si estamos conduciendo. En algunas culturas no se comprende que si el semáforo está rojo y no viene nadie lo adecuado sea esperar. Las personas que actúan así reciben burlas de los demás. Sin embargo, en otros casos no pasa lo mismo. Me asombró la anécdota, razonada por un amigo experto en "semaforología", de Canadá. Si alguien se saltaba el semáforo rojo, le metían una multa descomunal. Por ejemplo, 3.000 euros. Si una persona no tiene dinero, la solución es fácil. Se hacen trabajos para la comunidad. Si una persona no tiene ganas de trabajar, la solución es fácil. Visita a la cárcel. Consecuencia número uno: nadie se salta el disco rojo. Consecuencia número dos: se cumplen el resto de reglas.

Claro que hay países en los que un semáforo rojo es semejante a una señal de ceda al paso o en los que la circulación es un caos de automóviles que recuerda a las barracas de los autos de coche. Pues bien, existe asociación entre el cumplimiento íntegro de las reglas de tráfico y la situación económica de un país. El ejemplo más famoso de esta idea apareció en Nueva York, cuando se permitía a los funcionarios de la ONU (Organización Naciones Unidas) saltarse las reglas de circulación y aparcar atascando, por ejemplo, la salida de un centro comercial o de un colegio. Los países más desarrollados tendían a ser respetuosos con los demás, los menos desarrollados, sin embargo, no lo eran.

En un mundo azotado por la pandemia, con un cambio climático en ciernes (basta recordar que en el océano Ártico las temperaturas son las más altas de la historia, los incendios han arrasado más de 500.000 hectáreas en Estados Unidos, se ha batido el récord histórico de concentración de dióxido de carbono, hemos tenido inundaciones brutales en Alemania y Bélgica, lluvias torrenciales en China o temperaturas de 50 grados en Iraq que han colapsado el sistema eléctrico entre múltiples sucesos semejantes) se torna necesario regular los comportamientos humanos mediante la lógica del palo y la zanahoria más adecuada para evitar catástrofes mayores y generar bienestar social en equilibrio con nuestro medio.

Y todo empieza por un simple semáforo. Rojo, amarillo y verde.

Economía de la Conducta, UNED de Tudela