i la semana pasada en el grupo de whatsapp de mi cuadrilla las imágenes de la primera noche de fin de restricciones en una conocida discoteca pamplonesa. Para aquella chavalería -no alcanzaban los 30 casi ninguna ni ninguno- aquella cuenta atrás y la entrada al 1 de octubre fue como nuestro gol de Aloisi: lo celebraban como si hubiesen estado 20 años en la cárcel. Comprendiendo el fulgor juvenil y las ganas de juerga, también hay que decir que aquí quien más quien menos el que ha querido festejar salvo en el confinamiento total lo ha podido hacer bastante dignamente. A horas raras, cierto, no en condiciones perfectas, de acuerdo, pero dignamente. Amén de que para festejar suele hacer falta poco más que una botella y un colega. Pero alegraba verles, la verdad, como si hubiesen cruzado el más árido y largo de los desiertos. Desde ese día tengo cruzados los dedos, puesto que aunque es bastante alto el nivel de vacunación de las personas entre 20 y 40 años, son la franja que por ahora menos se ha vacunado, con especial relevancia en la franja de 30 a 39, un 78% con una dosis, varios puntos por debajo de todas las demás franjas. No sé si está por ahora baja circulación del virus y esos porcentajes de sí vacunados son suficientes barreras en caso de interacción casi normalizada de ciertos grupos. Salud Pública ha comentado que pese a las cifras cree que se han relajado ciertas medidas demasiado pronto. Iremos viendo y si lo que vemos, por supuesto, es que no sube la incidencia y que todos y todas siguen festejando como si no hubiera un mañana pues felices de la vida. Por cierto, ayer nuevamente mi hijo y sus compinches de clase salieron a los dos patios al aire libre con un sol fantástico con la mascarilla puesta. Claro, tienen 8 años, no es plan aún que los padres y madres le pidamos a Educación que les ponga unos cubatas de Beefeater y así se la pueden quitar y pim-pam pim-pam.