a anhelada lucidez en la toma de decisiones con la cual un racionalismo heredero de la Ilustración optaba como ideal de vida y aspiración sublime de concordia basada en la sensatez, ha experimentado una progresiva degradación hacia un estado más bien traslúcido que aun filtrando parte de la necesaria iluminación oculta una trama basada en la opacidad de los intereses que, como en otras épocas se afirmaba, mueven el mundo. Sin perder de vista el que estas condiciones lo son, en primera y última instancia, materia retórica de esa parte de la física relacionada con el fenómeno luminoso abordado por la óptica. Ahora bien, para ésta son los cuerpos iluminados aquellos que se definen como trasparentes, traslúcidos y, nuevamente, opacos. Lo que hace que mentalmente aquello que nos debiera haber iluminado con su clarividencia, la Razón y su conciencia, aspirase a ocupar el lugar reservado por la religión a dioses precursores del monoteísmo más o menos patriarcal como el egipcio Atón.

Ahora bien, la lucidez pertenece a la mente humana y siempre es transparente. Se es lúcido o no. Uno puede opinar con lucidez o bien alejarse de la misma. Y en el transcurso de su deriva puede trasladar sus conclusiones a la traslucidez, que sugiere aunque no explicite, o hacia la más absoluta opacidad. Mundo éste último de lo desconocido e inquietante, pero también de lo matérico contundente. Así una idea lúcida deja traspasar imagen y luz, una idea traslúcida sugiere formas tamizadas por la última, mientras una opaca es iluminada mostrando su característica exterior obligándonos a indagar en el interior de la misma.

Toda ciencia, la natural y la del espíritu, consistiría, en este sentido, en indagar en la zona oscura para iluminarla. En dar a luz la opacidad. Y algo debe fallar cuando a pesar de todos los avances con los que diariamente se nos bombardea, de la ciencia y su ahijada la técnica, la sensación generalizada es la de que no solamente no sea así, sino que, al contrario, estemos encaminándonos hacia una vía involutiva, regresiva en muchos sentidos, afectada por la progresiva pérdida de derechos y libertades. El discurso de la razón se desentiende progresivamente de los últimos y parece encontrarse muy en su medio con los logros tecno-científicos, abandonando el principio por el que se rige la reflexión, el interregno donde especulamos con aquello a lo que aspiramos mediado por lo que hemos sido y por los factores condicionales de nuestro comportamiento. En definitiva, de la historia y de la ética.

La pandemia ha servido para percibirnos y tomar conciencia de que los modos del mundo de la vida cotidiana se desarrollan en el paréntesis de apertura y cierre de la existencia: entre el origen de la vida y el de su final. En una dialéctica de la finitud humana frente a la aparente cosmogónica infinitud, de relevo generacional y de su garantía de continuidad. Y no podemos obviar ese regusto existencial que acompañara la moda filosófica del periodo post-bélico europeo. Aunque, eso sí, con una connotación diferente. Aquélla que delata el hecho de que yendo presuntamente Gaia camino del colapso, en parte debido al intento de someterla al dominio del hombre, ésta puede erigirse en una de nuestras mayores amenazas y, por ende, en definitiva, bajo el efecto boomerang de la agresiva acción, asimismo torne contra la humanidad misma.

El alcance de nuestras decisiones toma así conciencia de la precariedad del fenómeno humano, de sus acciones, meditadas y no tanto, así como de las consecuencias que hayan de derivarse de las mismas. Como el símbolo de Atón, son una o varias esferas -a las que Sloterdijk dedicó su muy conocida trilogía- aquellas que vienen siendo afectadas por nuestra toma de decisión corporativa (en lo individual y colectivo). A tener en cuenta, por tanto, en acertada expresión del fenomenólogo social Alfred Schütz referido al mundo de la vida el que: "por consiguiente, podemos decir con cierta simplificación que la estructura de la esfera de alcance tiene los siguientes correlatos temporales subjetivos: el alcance efectivo (la fase presente del flujo de conciencia, con su tema efectivamente presente y los horizontes explicables basados en el acervo de conocimiento); el alcance recuperable (la memoria); el alcance asequible (la expectativa)". Es decir, que generamos conciencia de nuestras existencias a partir de lo aprendido, de recuerdos y aspiraciones configuradores del continuo memento presente dentro de un marco orgánico natural. En este sentido, nuestra tendencia a contar con un estado de ánimo más bien conservador, hace que apreciemos la restauración, un hecho de la memoria figurada, como un futurible deseado con aparente unanimidad y consenso obviando, tal vez, la condición salitre de la mirada hacia el pasado de apocalíptico resultado en el episodio bíblico de aquellas dos ciudades del valle de Sidim: Sodoma y Gomorra.

Nuestro estado de ánimo, por otra parte, surgido de tal cúmulo de aciagas circunstancias no puede ser descrito sino bajo una conocida expresión, la que hace referencia a un estado tal de cosas que nos deja literalmente atónitos. Y a decir verdad no es porque seamos hijos de Atón, sino más bien del trueno (tal y como viene a indicar su procedencia etimológica). A estas alturas podemos considerarnos más próximos al atributo del pragmático martillo que de la simbólica esfera, así como devotos de San Pancracio (cuya invocación ayuda en la búsqueda de empleo y trabajo). No obstante, todo ello, el mundo de la vida, "entendido -por Schütz- en su totalidad, como mundo natural y social, [siendo] el escenario y lo que pone límites a mi acción y a nuestra acción recíproca", habrá de tener su continuidad, siendo conscientes de que "para dar realidad a nuestros objetivos, debemos dominar lo que está presente en ellos y transformarlos. De acuerdo con esto, no solo actuamos y operamos dentro del mundo de la vida sino también sobre él".

Sírvanos esta observación para todo tipo de ciencias del método en sus más directas consecuencias, así como para el arte cuya reflexión intuitiva sobre la realidad, que no necesariamente imita ni recrea, colabora a crearla. No en vano, en este sentido Markus Gabriel habrá de ayudarnos a desmontar lo que denomina como constructivismo estético basado en la denuncia de la dictadura del observador que da sentido a la obra de arte como un acto más de la opacidad de la relación entre arte y poder.

El autor es escritor

Ahora bien, la lucidez pertenece a la mente humana y siempre es transparente. Se es lúcido o no. Uno puede opinar con lucidez o bien

alejarse de la misma

La pandemia ha servido para tomar conciencia de que los modos del mundo de la vida cotidiana se desarrollan en el paréntesis de apertura y cierre de la existencia