a mentira es una mala aliada. Mentir implica intención. No es lo mismo ocultar algo y no contarlo sin un fin claro que negarlo sabiendo que es falso para conseguir un fin concreto. La mentira hace tiempo que se ha instalado en muchos ámbitos de la vida, peligrosamente diría yo, como una señal de la decadencia. Pensemos en una relación de pareja en la que nada es de verdad, en la que cada cual vive su vida paralela construyendo la común sobre una mentira insostenible que casi siempre acaba derrumbándose causando bastantes daños en su caída. Pensemos en la política, tan asentada en la falsedad que da miedo. Sobran los ejemplos. Pensemos en Boris Jonshon, camino de la fiesta privada en Downing Street con su botella en la mano para brindar en el jardín con otros tantos como él, mientras fuera los ciudadanos cumplían el confinamiento y las duras restricciones por el covid impuestas por él mismo, en su mentira durante meses que ahora ha tenido que reconocer, y no es la única. Pensemos en Novak Djokovic, uno de los mejores tenistas del mundo que está jugando su partido más complicado, y no precisamente en la cancha, por sus mentiras para conseguir entrar en Australia saltándose las normas del país. Y así podríamos seguir como la canción, contando mentiras.