as noches de frío siberiano mi madre siempre tenía un recuerdo para la gente que carecía de un techo bajo el que cobijarse. Lo repetía mucho y nunca supe si era por algún caso que conoció, por los vagabundos que entonces iban de pueblo en pueblo sobreviviendo con las limosnas o por un acendrado sentimiento de humanidad. En mi mente de crío aquellas palabras me llevaban a imaginar a personas desprotegidas, temblando en soledad mientras caía una helada de esas que convertía en piedra la ropa colgada de un tendedero. Sentía una profunda pena por algo que imaginaba, porque nunca vi a nadie en esa cruel tesitura; tampoco vi que en mi casa diéramos refugio a alguien necesitado de calor, por poner todo en su sitio. Me he zambullido en los recuerdos al leer la noticia de la muerte por hipotermia, en una calle de París, del fotógrafo René Robert. El anciano sufrió un desvanecimiento y quedó tendido en la acera durante nueve horas sin que nadie le atendiera. Las bajas temperaturas le mataron y la indiferencia de todos los que le vieron y no le dieron auxilio, le remató. He buscado datos y en España mueren al año más de mil personas a consecuencia del frío. Supongo que las casuísticas son diferentes. Pero el frío mata. También el que asola nuestros corazones y nuestra capacidad de empatizar con los demás. Un anticiclón de insensibilidad que avanza imparable.