nce millones de personas malviven en condiciones de pobreza en España. De esos, casi tres millones son jóvenes entre los 16 y los 34 años. Y de esos, la mitad son pobres de una solemnidad insolente. Resumido, cuatro de cada diez personas no llegan a fin de mes. O llegan a rastras. Y como siempre, la peor parte se la llevan ellas. Lo dice el informe Foessa de Cáritas de este año. Y sí, resuena como un disparo a bocajarro. Como una plegaria que nadie escucha. Pero no pasa nada. Nada. Porque todos nos sabemos de memoria la explicación inmutable de este cuadro goyesco. Lo de la precariedad, la temporalidad, los despidos masivos, el paro brutal, los ERTEs y que todo dios aguanta a base de benzodiacepinas.

La pregunta entonces es por qué no pasa nada, por qué no se asalta la Moncloa, el Congreso, las plazas más allá de las terrazas, por qué nadie se moviliza, por qué nadie politiza este barrizal frivolizado, por qué hay tanta prosa eyaculatoria y tan poca mala hostia callejera. Recordé entonces la letra de "A la calle", de Kortatu, esa que dice: "Ya va siendo hora/Que esto empiece a arder/A sentir otra vez/El calor en las calles". Pero fuera hace frío.

No sé si es porque hemos banalizado la desigualdad asumiéndola como un coste más del sistema. O porque esos once millones de solitarios viven su pobreza como una jugada maestra del infortunio. Como cuando te tuerces un tobillo. El caso es que esa masa de pobreza se contiene a base de subsidios que palían sí, pero no resuelven la desigualdad. Y pareciera que esta es una lucha política que nadie está dispuesto a liderar. Ni siquiera los sindicatos ni la izquierda encerrada en discursos entre el patetismo y la sensiblería.

Cómo haremos entonces para construir ese "nosotros" emancipador junto a esos once millones de yoes desconocidos. No lo sé. Se puede carecer de esperanza, pero jamás resignarse.