a presidenta Chivite advertía esta semana que la economía navarra afronta “ciertos nubarrones en el horizonte”. En realidad, esos nubarrones ya venían acercándose los últimos meses. Las expectativas de una recuperación rápida que parecían estar claras en septiembre, se fueron difuminando poco a poco. La pandemia no sólo no llegó a su final, sino que irrumpió una sexta ola de coronavirus y al mismo tiempo la economía y el comercio internacionales entraron en una situación de inestabilidad. La falta de suministros tecnológicos y de materias primas, el aumento de los precios que ha disparado la inflación a cifras récord en las últimas décadas y la subida constante de de la luz, la gasolina, el gas o los alimentos señalaban los síntomas de otra recesión económica. Ahora, la invasión de Ucrania solo ha acelerado esa situación de retroceso de la economía. Las consecuencias humanas más dramáticas de la guerra se visualizan cada día, pero las consecuencias económicas y sociales están aún por llegar en toda su dimensión. Navarra afrontaba este 2022 -último año de Legislatura también-, con buenas perspectivas. Los Presupuestos más expansivos aprobados y la llegada de los Fondos Europeos -pendientes de que la presentación de los proyectos haya sido, desde la Oficina creada en Hacienda Foral, la adecuada y no sean rechazados-, auguraban amplio margen para la inversión pública desde el Gobierno y los ayuntamientos para impulsar la actividad económica y el empleo. Ese punto de partida, solo dos meses después, está menos claro. Y si la estabilidad presupuestaria y financiera está en duda, también lo está la estabilidad política en Navarra. No solo por las crisis y guerras de las derechas navarras, tanto UPN como el PP, cuyas consecuencias están por aclararse en todo su alcance político. También se intuye esa inestabilidad política alrededor del Gobierno. La percepción es que el nerviosismo y la desconfianza se han ido instalando entre los socios y partidos que sostienen el Gobierno. El discurso público es el contrario, pero se pueden entrever en el día a día más dudas que certezas en determinadas áreas de la acción de Gobierno. La pinza entre Navarra Suma y EH Bildu ha tumbado la ley foral que regulaba la instalación de macrogranjas en Navarra. Un pifia más de la política. Algo similar a lo que ocurrió con al Ley del Convenio. Y por la misma razón, por no atar bien las mayorías en la Cámara foral o por especular con la esperanza de que Navarra Suma facilitara su aprobación. Ya es tarde, pero al Parlamento se llega llorado de casa. Y quedan cuestiones importantes por delante, desde el Plan de Convivencia o el Plan del Euskera a la Ley del Cambio Climático. Navarra Suma apunta a una estrategia centrada, a un año de las elecciones, en intentar romper la cohesión de la actual mayoría y retrotraer al PSN a su carril. En ese panorama de nubarrones económicos y políticos, si la presidenta Chivite quiere caminar este último año de Legislatura con la estabilidad y tranquilidad políticas mínimas debería rearmar las bases originales del proyecto y alianzas que le auparon al Gobierno en 2019. Es tiempo para estar más atentos y preocupados por la evolución de los vaivenes socioeconómicos que por las batallas partidistas o las prioridades o temores políticos o ideológicos de cada cual.
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