l arte y la cultura son siempre las otras víctimas de las guerras. Museos, obras de arte y monumentos históricos, bibliotecas, archivos, cineastas, actores e intelectuales figuran entre los objetivos a destruir, algunos de manera real, otros silenciando su voz, en un intento de destrozar los símbolos que determinan la historia de un pueblo. Pero no es solo la cultura ucraniana la que ahora está en riesgo. En los últimos días el mundo cultural se debate ante el veto de algunos países y entidades culturales a artistas rusos, vivos o muertos, sean del lado que sean. Hasta ahora la cultura ha condenado sin fisuras la invasión y ha mostrado su solidaridad con el pueblo ucraniano, pero la llamada al boicot cultural a Rusia está generando ya una fuerte controversia cuando se trata de creadores represaliados y críticos con el totalitarismo como la escritora Liudmila Ulítskaya, opositora a Putin, o el cineasta Andrei Tarkovsky, uno de los grandes, muerto en el exilio. ¿Qué aporta a la solución del conflicto cerrar las ojos ante algunas de las grandes obras culturales firmadas por artistas nacidos en un país hoy en guerra? Desde el Ministerio de Cultura se suman al veto e instan a suspender los proyectos con Rusia, para tratar de asfixiarle en el terreno de lo simbólico. Pero otras voces más sensatas, como el Zinemaldi, aseguran, al mismo tiempo que condenan la guerra y apoyan al pueblo de Ucrania, que "las voces rusas que se oponen a la agresión cometida por su país siempre tendrán un lugar" en el certamen donostiarra. Porque no se puede hacer responsable a la ciudadanía de un país de las decisiones de sus gobiernos y porque confían en el poder del cine como altavoz de voces disidentes y en una cultura siempre en favor de la democracia, la paz y los derechos humanos.