El domingo ocurrió un caso dramático y curioso. Escuché que al menos seis personas fallecieron en Bélgica, un niño de seis años entre ellas, tras embestir un vehículo a un centenar de personas que esperaba la llegada del carnaval típico de la localidad de Strépy-Bracquegnies, al sur del país. Me llamó la atención y busqué alguna información complementaria en distintos medios de prensa, pero únicamente encontré una referencia en La Vanguardia de Barcelona, y ninguna en los periódicos que se editan en Navarra, y tampoco en los de Madrid, que a nivel estatal se consideran (ellos) los que marcan la pauta informativa. La ausencia de noticia alguna me causó dolorosa impresión y me hizo pensar. ¿Qué ocurre para que nadie se haya hecho eco del accidente, un posible atentado según los informativos belgas? ¿No se trataba de un caso de cierto interés humano, o resulta que seis muertos por atropello representan tan solo una gota en el oceáno de las matanzas de actualidad que no merece ni una breve reseña? El lunes, 24 horas más tarde, las páginas de los periódico y su web en internet seguían sin prestar ninguna atención al suceso. ¿Eran tan pocos los fallecidos que ni siquiera merecían unas líneas? No lo entiendo, en mi fuero interno me niego a entenderlo, y pienso que lo mismo es consecuencia de que se trata de un accidente (un posible atentado) en el que mueren personas de segunda clase, de tercera o de ninguna. Que en la convulsión y ausencia de humanidad que padecemos no cuentan para nada. Sorprendente.