los tres jóvenes que agredieron a golpes a un persona sin techo junto a la parroquia de San Lorenzo hoy para lo único que les alcanzará su miseria humana será para repetir en el momento en que sean identificados y detenidos un triste "se nos fue la mano". O "íbamos ciegos de todo". Lo que les diga el abogado que se coma esta mierda que tienen que decir. O quizá ni eso. Es posible que estén orgullosos de su actuación como manada ante una persona sin capacidad alguna de defensa. Golpeado cobardemente y con abuso, un hecho que la Policía Municipal investiga como un posible delito de odio. No es una excepción. Los delitos de odio contra las personas pobres -o aporofobia-, crecen junto a los de violencia machista, racista o ideológica y ya se acumulan casos de personas sin techo asesinadas con el fuego de la gasolina, los palos de un bate de béisbol o simplemente a patadas y puñetazos. Es posible que, como en otros casos similares, que quienes cometieron esa agresión indigna de un ser humano lo hicieran adulterados por los efectos de una larga noche de alcohol y otras drogas (hay alarmantes estadísticas sobre el alto consumo de todo tipo de estupefacientes entre jóvenes y adolescentes en Navarra), y quizá también sea verdad que la brutalidad e inhumanidad que refleja el hecho no tuviera otro objetivo que divertirse. Pero ni una ni otra pueden servir para desviar la atención de una realidad común: el nihilismo social, el desentendimiento de las reglas de derechos y deberes de la convivencia o el extremismo ideológico que impulsan la ausencia de los valores de la ética y los derechos humanos y sirven de base para poner en marcha, sin desasosiego alguno, una acción criminal. Desconozco quienes son estos tres tipos, cómo son sus familias, qué vínculos sociales tienen, dónde han estudiado, pero esta agresión les delata simplemente como malas personas. Tres gilipollas. Qué será lo que les pasa por la cabeza, qué nube de odio o de menosprecio humano o de arrogancia les oscurece la mente para dedicarse a la caza de la persona sin techo o en otros casos del emigrante, del homosexual..., a condenar a esa hoguera de Inquisición de los otros en la que abrasa a los diferentes y los más jodidos. Quizá desarraigados socialmente o quizá acostumbrados al todo sin esfuerzo y, en muchos casos, también manipulados ideológicamente por discursos políticos en los que la cultura de la violencia aparece como un instrumento macarra y rodeado, además, de una aureola divertida y chusquera para pasar la patética juerga nocturna de un cerebro tres palmos por debajo del tucán. Un discurso político y social -incluso en algunos ámbitos educativos también religioso-, crecientemente homófobo, racista, clasista, animado sin tapujos ni vergüenza en apestosos programas y series de televisión y redes sociales que alimenta a jóvenes sin valores ni sentimientos humanos, donde el egoísmo individualista se impone a la solidaridad. Esgrimen su cobardía humana cada vez con más impunidad y violencia. Y los pobres también siguen siendo víctimas fáciles, sin capacidad de defensa y abandonadas a su suerte por la vida.