as relaciones del Gobierno español con sus principales socios de investidura está pasando por un momento crítico. Tanto PNV como ERC, dos de los principales grupos parlamentarios que proporcionan estabilidad al Ejecutivo español, llevan alertando desde hace tiempo, tanto de palabra como con gestos -algunos, contundentes en votaciones importantes en el Congreso de los Diputados para el programa progresista del gabinete de coalición - de un grave deterioro en la relación de confianza con el gabinete de Pedro Sánchez. Los motivos de esta crisis son variados, pero pueden resumirse fundamentalmente en la decepción e irritación de jeltzales y republicanos por el incumplimiento de los compromisos adquiridos por el Gobierno y su falta de voluntad para afrontar la crisis y resolver las cuestiones de fondo. No cabe duda de que la revelación del espionaje a líderes independentistas ha agravado la situación hasta el límite. La propia vigilancia y la gestión del escándalo han supuesto un abismo en las ya de por sí deterioradas relaciones, sobre todo en las filas de ERC, que denuncia también que el diálogo sobre Catalunya no ha arrancado siquiera. En este contexto extremadamente delicado, los socios de Sánchez demandan gestos reales que permitan retomar la confianza para mantener la colaboración y seguir dotando al Gobierno de la necesaria estabilidad. Lo contrario podría suponer una ruptura que conlleva el riesgo de poner fin a la legislatura, coyuntura que nadie desea y con la que Sánchez no puede seguir coqueteando. Ello precisa de verdadera voluntad política para cumplir los compromisos y actuar con total trasparencia en el caso Pegasus. El Gobierno tiene tarea por delante. Con las graves consecuencias políticas y económicas derivadas de la guerra de Ucrania, los desencuentros con los socios del Gobierno de coalición de IU Podemos (amén de la bronca entre estos mismos partidos por el futuro del proyecto político), con las elecciones andaluzas en el horizonte más inmediato y con el PP con el viento de cara en las encuestas Sánchez debe recomponer y reforzar las relaciones con sus socios y aliados parlamentarios si no quiere encarar una recta final de la legislatura con la estabilidad en el alero y con la espada de Damocles de un adelanto electoral que, a priori, no le favorecería en su empeño por mantenerse en La Moncloa.