a popularidad de la Corona en el estado español vive sus horas más bajas aunque siga contando con la adhesión inquebrantable de amplios sectores del establishment social, político y económico que han construido en torno a ella un metaverso emocional, nacional y de negocio del que obtienen rendimientos de todo tipo. El desgaste objetivo que la sucesión de escándalos que se asocian al anterior monarca, Juan Carlos de Borbón, ha propiciado no se solventa con el mero sobreseimiento de las investigaciones abiertas por presuntos casos de fraude y corrupción, sostenidas no por la ausencia de indicios más que razonables sino por el velo de impunidad que se ha otorgado a la jefatura del estado. Hay demasiadas penumbras y se han explicitado demasiadas irregularidades que hablarían de un uso espurio de sus funciones de representación para su propio beneficio como para que el mero abandono de las investigaciones permita pasar página y normalizar el regreso, siquiera coyuntural, del emérito. Es preciso, además, arrojar luz sobre el propio proceso que ha derivado en la visita que iniciaba ayer Juan Carlos de Borbón: aclarar la iniciativa de la misma y el procedimiento de autorización de la Casa Real con conocimiento del Gobierno español; aflorar en interés de quién se produce y si ha contado o no con la connivencia de Felipe de Borbón, lo que enfoca el debate bien hacia la capacidad de adoptar medidas unilaterales del actual rey español, bien hacia su voluntad o no de evitar un espectáculo nada edificante. Porque el enfoque de la visita del emérito al que estamos asistiendo se está convirtiendo en un reality show en el que se corre el riesgo de llevar a un segundo plano lo que debería ser principal interés en beneficio de la verdad: si el exilio voluntario tiene su origen en el intento de no dañar a la institución heredada por su hijo en pleno escándalo económico y de chantaje a su examante o en la huida de la justicia en tanto no quedara resuelta su inviolabilidad. Cualquiera de ambos extremos es un flaco favor a la causa de la monarquía que, sin embargo, amparan quienes muestran la adhesión más inquebrantable a ella. Las carencias puestas de manifiesto en materia de igualdad ante la ley y la impunidad explícita no se compensan con proyectar una imagen de la Casa Real con vocación de papel couché.