Mi barrio disfruta de su gran día, una multitudinaria fiesta en la que hay de todo y a la que acuden gentes de mil esquinas y cien mil raleas, que diría Serrat. Hoy es jornada grande en la que te puedes hacer un calderete o una paella al aire libre, ver payasos y gigantes, formar parte de una gran foto vecinal, bailar en aceras y bares, escuchar toda suerte de músicas y hasta visitar la feria del libro de la Plaza del Castillo o el tesoro de San Fermín en San Lorenzo. Lógicamente, sin olvidar tomar un pote, dos potes, tres potes... O sea, un programa de actividades de lo más completo. Oigo los ruidos de la calle desde mi mesa, las risas y las idas y venidas de los chiquillos. A alguien se le ha roto un vaso contra la calzada. La vida, más o menos como la conocíamos, ha vuelto a nosotros y aquí y ahora se está ejecutando un ensayo general de lo que nos espera en menos de 40 días. Pienso en todo ello mientras el griterío va ocupando los huecos de mi casa y me impide concentrarme. ¿De qué escribo hoy? Estoy sin ideas, se nota que llevo diez meses seguidos con esta columnilla y, más vale, que en breve cogeremos vacaciones de verano. Pero ahora he de tomar una decisión y, pase lo que pase, la he tomado. Me bajo a la calle a gozarla y que le den al trabajo...