i Pamplona y sonríe”. En los balcones de Casa Seminario, encima de la Oficina de Información al Turismo, aún quedan bocadillos con ese lema concebido para hacer viral nuestra ciudad como “destino turístico amable”. Durante una quincena de abril, un photocall instalado en la plaza Consistorial recogió sonrisas y otras expresiones gestuales de quienes quisieron retratarse y difundir su visita. Pamplona: la Mordor inclemente con esporádicas concesiones a un calor radical; la dilapidadora de dinero público en el patriótico capricho extravagante de mástil y bandera de gran tamaño; la de una chapuza constructiva como la pasarela de Labrit, con reparación a precio de obra nueva; la de la altanera modificación del horizonte urbano con las torres de Salesianos y su pelotazo urbanístico; la de disparados y disparatados precios en la hostelería local; la administrativa y socialmente desconsiderada con el respeto al vecindario en determinadas zonas; la del ninguneo del equipo de gobierno municipal a colectivos ciudadanos no afines; la de una carestía insufrible en el acceso a la vivienda en alquiler; la negligente en la vigilancia del respeto al peatón en aceras y zonas peatonales por parte de bicicletas y otros vehículos de movilidad personal; la rendida al ritual de lo habitual tras la fantasmada del anuncio de macro conciertos sanfermineros. Di Pamplona y, si puedes, sonríe.

Ya de niño, la placa negra de El Ocaso me robaba la sonrisa. Un agente de esa compañía aseguradora vivía en el mismo edificio y lo anunciaba en una de la jambas del portal. No podía evitar que fuera el punto de fuga de mi mirada. Ahora, mi buzón de correo electrónico acepta como deseados mensajes con seguros por deceso. De aquel prematuro y genérico anuncio de la finitud de la vida al recordatorio diario y personalizado de su más cercano acabamiento. Tengo ganas de echarme a la cara al community manager de cada empresa remitente. Para borrarle la sonrisa.