Un doctor en Medicina que ya se fue, cuando algún paciente le preguntaba si es malo fumar, el doctor le contestaba: Si usted quiere vivir solamente cincuenta años, fume cuanto quiera, pero si usted desea vivir más, déjelo cuanto antes. Y como fumador arrepentido que era, te entregaba en mano un escrito que decía así: "Si el tabaco es un veneno, ¿para qué voy a fumar? Si no soy capaz de dejarlo, él me puede exterminar, si yo me engaño fumando, tratando de ser feliz, ¿por qué en su lugar no intento meterme el dedo en la nariz? Buena la hizo Colón al América descubrir, que en su regreso triunfante esta planta trajo aquí, aunque también nos trajera la patata y el maíz, debió olvidar el tabaco para hacernos más feliz. Lo malo de este veneno es que no solo ataca al que fuma, sino también a ese niño que duerme tranquilo en la cuna. Debo dejar el tabaco, como hiciera mi amigo Paco, pues vergüenza le daba al fumar que otros, sin ninguna culpa, su humo iban a tragar. ¡Erradica para siempre ese vicio! De lo contrario te matará, y aunque todos morir tenemos, que lo hagamos con calidad. Dile al tabaco ¡fuera!, tira el paquete ya, dile que tú a mí no me matas, pues otro me ha de matar. En las primicias del siglo XVI, conscientes del veneno que era el tabaco, frecuente era leer en las plazas de los pueblos y villas: Algüaciles de la Justicia, impondrán cepo o picota, a todo aquel campesino, menesteroso o caballero, que fuese sorprendido inhalando, o expeliendo humos de la planta conocida por nicotiana tabacum, procedente de las Indias Occidentales. Se dieron cuenta lo nocivo que era este vicio, tanto para el fumador activo, como para el fumador pasivo, y hecha la cuenta de resultados, el balance resultó muy negativo".