e despierto pensando en los sanfermines. No he soñado nada que lo explique ni cuento los días para que lleguen. Mi cerebro habrá procesado la información reciente y me la pone delante —me la impone— sin dar las siete. Pues a ello. Empezamos mal, iba a decir que nunca he sido una casta, pero suena horrible. Qué cosa el lenguaje. Usted, caballero, puede o no haber sido un casta, pero la cuestión, lingüísticamente hablando, no tendrá gran recorrido. En mi caso caben bromitas, comentarios que obviaremos. ¿Usted no ha disfrutado en estas fiestas que son en el mundo entero tararí tarará? Pues claro que lo he pasado bien, en nuestras fiestas y en semana santa, pero, por decirlo claramente, ser alcaldesa me supondría un problema grave y me explico.

Una gestión responsable me obligaría a abordar el descontento vecinal con los ruidos patógenos,el descontento vecinal con los ruidos patógenos por ejemplo, teniendo en cuenta que no todas las personas afectadas pueden o quieren abandonar sus hogares mientras ven seriamente comprometida su integridad física y emocional.

Una gestión original pero democráticamente necesaria me llevaría a sondear a la ciudadanía sobre los dogmas de la fiesta empezando por el encierro. Ay, ya está, dicho. No ha sido tan difícil. ¿Cuántas pamplonesas y pamploneses viva San Fermín lo ven como una práctica riesgosa y transmisora de valores que tuvieron su sentido mientras domesticábamos animales, allá en el Neolítico, pero no ahora? ¿Qué tal un encierro limitado al metaverso? Por empezar la lista.

El sentido común me haría tirarme de los pelos por no haber aprovechado estos dos años de parón para pensar hacia dónde y cómo dirigir estas fiestas sin igual más allá de colonizar los espacios de desahogo con más bebederos.

Por estas razones no quisiera ser alcaldesa. No es fácil y no iba a ser nada popular. l