La virtualidad real del imperator
rente al sentido que Braidotti da al “agotamiento” como intransitiva oportunidad para al menos repensar el futuro, el concepto de “saturación” llama la atención sobre el más prosaico e indigesto hartazgo. El vacío que produce la inestabilidad del no saber muy bien a dónde vamos, adoleciendo de la guía pertinente, no obstante, es una buena excusa para, al menos, poder plantearnos individual y colectivamente el hacia dónde quisiéramos ir. Es decir, la volitiva toma de decisión, en ocasiones, a contracorriente -aun a riesgo del humano equívoco- frente al más cómodo dejarse llevar de las rápidas aguas conducentes a la cascada, un salto al vacío. Lo que nos jugamos con la tecnopromesa, en otra fase de la fe ciega en el progreso de estética futurista, es nada más ni menos aquello que el filósofo y biólogo Hans Driesch a principios del siglo XX definía como la verdadera ocupación de la palabra metafísica: lo real: “Todo el mundo sabe que la palabra real quiere decir un ser real, es decir, un ser que existe absolutamente o en sí, sin referencia a un yo que lo aprenda por medio de la percepción o del pensamiento”. Esta condición categórica basada en la realidad es la misma para el hombre, para cualquier otro tipo de ser orgánico, como así también lo es para la piedra, supongo. Y tiene como, para según quiénes, su complemento en lo virtual. Ahora bien, no se debiera confundir, equiparándola, con una pobre dialéctica opositora; por ejemplo, con lo existente e inexistente, lo material e inmaterial, inmanente o trascendente, de lo imaginario con lo verdadero, o de lo analógico con lo digital, puesto que todos ellos, al menos para lo nuestro, son bien reales.
Me ha llevado tiempo percibir algo tan fundamental y evidente en sí mismo como que realidad y virtualidad en absoluto son conceptos contrapuestos, tal y como la banda publicitaria del ensayo de Pierre Lévy sobre ¿Qué es lo virtual?, reseña: “Lo virtual tiene poca afinidad con lo falso, lo ilusorio o lo imaginario. No es lo opuesto a lo real, sino una forma de ser que favorece los procesos de creación, abre horizontes, cava pozos llenos de sentido bajo la superficialidad de la presencia física inmediata”. Tanto es así que si consultamos su significación en el diccionario académico del castellano, este concepto es definido para el común de los hablantes de la siguiente manera: “Adj. Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente. Ú. Frecuentemente utilizado en oposición a efectivo o real. //2. Implícito, tácito.//3. Fis. Que tiene existencia aparente y no real [...]”. Entresaco estas definiciones que son las más comunes a la hora de llevarnos a un cierto equívoco, como habrá de matizar el filósofo: “En efecto -nos dirá, hablando de su ensayo- este libro estudia la virtualización que remonta desde lo real o lo actual hacia lo virtual. La tradición filosófica, hasta los más recientes trabajos, analiza el paso de lo posible a lo real y de lo real a lo actual. Ningún estudio, que yo sepa, ha analizado todavía la transformación inversa, en dirección de lo virtual”. Esta es, en definitiva, la originalidad que afirma aportar remitiéndose a los planos filosófico (concepto de virtualización), antropológico (interrelación entre procesos de la hominización y de la virtualización) y sociopolítico (de la misma con la intencionalidad de ser partícipes directos en su proceso).
En el plano político tradicional, que aún sigue siendo el actual, es una realidad de la geopolítica verificable, por ejemplo, el que Ucrania haya sido invadida por Rusia, y una probabilidad con visos de certeza el que de tan sangrienta lucha salga, independientemente de cual sea, un virtual vencedor. Donde se demuestra, al menos en este plano del lenguaje, que lo virtual en modo alguno está reñido con lo real. Si no fuera así, en el extremo, también surge como probabilidad de la tánato-política necrófila en la que ninguno de nosotros podamos estar para contarlo. Por ello mismo, es de una urgencia ineludible el que impere el así denominado -por Braidotti, entre otros muchos- “sentido común”. La virtualidad de que gane uno u otro nos habrá de conducir a especulativos escenarios donde salgan reforzadas unas tesis en detrimento de otras. Esto ya es un hecho también en-sí-mismo, que tiene que ver con los modos de la gobernanza global, pero también local, del “imperator” y del imperativo, a sabiendas de su función subordinada al mando. Y hemos podido constatar como se puede pasar, en un día, de la sutileza de implantación de un nuevo orden a través de los modos del consumo y de la mercantilización de nuestras vidas a, de repente, ser testigos y protagonistas directos (en diferido) de la brutalidad de una violencia militar programada a escala del objetivo a conquistar, con la consiguiente desestabilización de nuestra propia, acomodada, “estabilidad”.
Ahora bien, nos dirá el filósofo francés de origen tunecino, la oposición natural de lo virtual es lo actual: “A diferencia de los posible, lo estático y ya constituido, lo virtual viene a ser el conjunto problemático, el nudo de tendencias o de fuerzas que acompaña una situación, un acontecimiento, un objeto o cualquier entidad y que reclama un proceso de resolución: la actualización”. Viene a ser, en definitiva, un campo de oportunidades, el camino hacia un conjunto de propuestas de resolución en su potencialidad. “La virtualización -nos dirá este autor tras mostrar varios ejemplos de rabiosa actividad en torno a la iniciativas de economía colaborativa- es uno de los principales vectores de la creación de realidad”.
En cuanto a cómo percibimos la realidad del conflicto bélico, en el caso que nos trae, lo que demuestra esta nueva crisis es, ni más ni menos, un estado de deriva en nuestro imaginario dentro de un mar enfurecido por enfrentadas corrientes dirigidas desde aquellos mundos virtualizados que Lévy personaliza en la representación tecnocientífica, financiera y comunicacional debido a sus influencias estructurantes en la afectación de lo que interesadamente consideramos ser la realidad. Una mezcolanza especulativa, geoestratégica, que va más allá de la tragedia propiamente humana localizada en el escenario de guerra, donde el componente épico todavía juega un importante papel. La maldad rusa, que siempre ha vendido tan bien en occidente y colonias, frente a la acogedora bondad europea para con la inmigración proveniente de esta república exsoviética. Traidores para esa parte de la izquierda radical que no supo diferenciar el anhelo de mejora de las condiciones de la clase desfavorecida, de la ambición imperial por imponer un común denominador a todo el mundo, favoreciendo, sin querer queriendo, en su actualización, lo intereses del populismo de derechas. Aquella virtualidad que tiene de real todo un imperativo de obligado cumplimiento sobre ser y circunstancia, sujeto y evento acontecimental. La progresiva virtualización de los modos de la vida de nuestra existencia sólo puede conducirnos a un nuevo sometimiento de carácter sacro y religioso, en su faceta institucional, regido por el emporio tecno-financiero-comunicacional.
El autor es escritor