¿Recuerdan aquella vieja canción que decía “¿comunicando, comunicando…?”. Hoy, esa frase parece más vigente que nunca, no como melodía, sino como metáfora de lo que ocurre en muchos aspectos de nuestra vida.

En las relaciones de pareja, la falta de comunicación se ha convertido en una de las principales causas de ruptura, especialmente en los periodos vacacionales, cuando las diferencias se intensifican. Entre padres e hijos, las conversaciones se dificultan por las distintas aspiraciones y formas de ver el mundo. En el ámbito laboral, muchas veces cada persona se encierra en su propio espacio, olvidando el valor del diálogo cotidiano.

Incluso en algo tan simple como el transporte público, las charlas entre pasajeros han desaparecido. El teléfono móvil, siempre disponible, se ha convertido en el compañero fiel que solo responde a lo que uno quiere oír.

En la política, cada fuerza repite su discurso, centrada en sus propios intereses, hablando de diálogo sin practicarlo. El consenso parece estar permanentemente comunicando.

Y ni hablar de los grandes diálogos internacionales para la paz, donde la empatía y la verdadera escucha brillan por su ausencia. En este mundo hiperconectado, paradójicamente, el otro lado siempre está ocupado.

¿Se imaginan un planeta sin ese “bep, bep, bep”? Quizás sea momento de preguntarnos si de verdad estamos comunicando… o, simplemente, desinteresados.