La pendiente de la descalificación en la política española se precipita a un abismo al que el entorno familiar del presidente Sánchez ha sido arrojado por errores propios a tenor de los indicios, pero también por un deterioro de la acción política que ha sustituido la configuración propuestas por un simple ejercicio de criminalización y desgaste. La descalificación es, a su vez, un emblema de baja cualificación en quien la esgrime o una estrategia para eludir mostrar con claridad los ejes de la propuesta de gobierno con la que se quiere obtener la confianza de la ciudadanía. Si bien es obvio que al PSOE no le basta ya con atraer el respaldo por oposición a la amenaza de lo que signifique esta derecha volcada hacia el extremo, parece muy claro que la estrategia de Núñez Feijóo pasa ahora mismo por hacer su propia versión de esa melodía: reclamar la adhesión por la mera virtud de desbancar a Sánchez. Para ello, abundan afirmaciones que rayan la difamación y que solo el amparo de la libertad de expresión reforzada por el fuero parlamentario separa a su autor de un juzgado. Es el caso de la acusación a Pedro Sánchez de haberse beneficiado de los rendimientos de un supuesto prostíbulo de su suegro sobre el que no existen procedimientos de ningún tipo, ni denuncias ni investigación judicial. Es una temeridad situar la actividad política en democracia referenciada a este tipo de mensajes, que son desinformación en tanto no se acredite su veracidad por parte quien la difunde. Por el camino, el presidente del PP pretende ser la alternativa de gobierno cuyo programa no concitó el respaldo suficiente en las urnas y que aspira a lograrlo al margen de él. Del PP de Núñez Feijóo sería ya hora de conocer su programa económico y social, su posicionamiento en la UE, Oriente Próximo o América Latina, y ante los retos del desarrollo sostenible fijados por la ONU, de su articulación interna del Estado. Un programa claro en un marco de crecimiento económico superior al entorno, de empleo récord, transformación en los roles de género, amenazas comerciales, una guerra en el continente y otra a sus puertas, una crisis humanitaria que llega a Europa en forma de inmigración y una realidad plurinacional que no por negada va a desaparecer. Una profundidad, en definitiva, que no cabe en un eslogan sobre prostíbulos.
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