n esta ciudad nuestra, y en especial en su casco antiguo, cualquier crítica a bares o a festejos resulta siempre tremendamente impopular. Pero cuando a uno no le dejan dormir, la popularidad le importa un carajo.

La última ocurrencia de nuestro señor alcalde está dando mucho que hablar: según parece, la próxima instalación de diez barras de bar en la Plaza del Castillo durante las fiestas de San Fermín creará un "espacio agradable" y combatirá el botellón. Tanto la opinión pública como la oposición, presta ya para la próxima campaña (aunque siempre ambigua en sus posturas) se han lanzado a la yugular del alcalde Maya.

Pero al que suscribe, vecino del Casco Antiguo desde hace más de cuarenta años, y testigo de su deriva, qué quieren que les diga... la ocurrencia del alcalde y su equipo para las próximas fiestas no le ha pillado de sorpresa.

Corría el año 1996 cuando el alcalde Chorraut anunciaba el inicio de las obras de peatonalización y una inversión inicial de 1.500 millones de pesetas para suprimir las aceras y el tráfico del casco histórico de Pamplona. Este proyecto fue recibido con ilusión por vecindario y comerciantes, quienes, confiando en la mejora de las condiciones de un barrio necesitado de cambios, se mostraban (nos mostrábamos) dispuestos a apartar los vehículos y a convivir con la entibadora por unos meses.

Sobre el papel, y en palabras de sus responsables, los objetivos de este gran plan incluían la recuperación del espacio público para el uso peatonal, la eliminación del ruido del tráfico rodado, la rehabilitación y saneamiento de edificios, calles, plazas y rincones del Casco Antiguo, etc. Se buscaba, en suma, convertir esta zona histórica en un barrio más aseado, amable y accesible.

Sin embargo, veintiséis años (y varios millones de euros) después, la vecindad del Casco Antiguo siente un profundo desengaño, al constatar cómo los grandes beneficiados por la supresión de aceras y la retirada de vehículos no han sido los vecinos ni comerciantes del barrio... sino la hostelería, su clientela, y los botelloneros. En efecto, son ellos quienes, en los últimos años (y de forma más acusada a raíz de la pandemia) se han encargado de invadir las calles y plazas que la peatonalización había recuperado.

Los mayores responsables de dicha ocupación del suelo público y del deterioro general del barrio son las lumbreras que nos gobiernan, que han promovido la "hostelerización" y "botellonización" del Casco Antiguo al permitir la apertura de terrazas y nuevos negocios (disfrazados de cafeterías, locutorios, tiendas de alimentación o chucherías, locales de comida rápida, etc.) que llenan sus arcas con la venta de alcohol en una zona que ya en 1987 se declaró saturada de bares. Por si esto fuera poco, nuestro ayuntamiento también mira hacia otro lado ante el consumo irregular de alcohol en la vía pública y fuera de las zonas autorizadas por la ordenanza. Obviamente no hay que olvidar la responsabilidad individual del consumidor; pero, si el Ayuntamiento lo tolera, ¿por qué consumir dentro de los locales, cuando beber en la calle resulta mucho más barato, placentero o incluso seguro desde el punto de vista sanitario? ¿Acaso importan las molestias al vecindario, cuando es el propio Ayuntamiento quien ignora sistemáticamente sus quejas y quien fomenta la masificación en esta zona?

Por otro lado (y sin olvidar la existencia de una hostelería de barrio, respetuosa con el vecindario, y que cumple una importante labor social y recreativa), sabemos que quien realmente ha herido al Casco Antiguo es esa otra hostelería a la que le importa un bledo que sus clientes saquen las bebidas a la calle, meen, vomiten o llenen de basura portales y plazas, manteniendo en vela al vecindario. Esta hostelería, consentida por el Ayuntamiento y consentidora con su clientela, se ha beneficiado de las nuevas tendencias (juevintxos, tardeos, escalericas, txarangas, despedidas de soltero, vermús, triunfos deportivos, etc.) que han hecho de algunas calles lugares difícilmente habitables y que, además, han atraído a los botelloneros. Pues, una vez ocupada la vía pública para la juerga, ¿acaso importa dónde se ha adquirido la bebida?

Mención aparte merecería el impacto ecológico de las toneladas de desperdicios generados durante el llamado "ocio nocturno" (cuya limpieza corre a cargo de nuestros impuestos). ¿Algún ingenuo seguirá creyendo que los miles de envases, fragmentos de vidrio y cristal y restos orgánicos (tristemente comunes, en forma líquida o sólida) que alfombran nuestros viejos adoquines pueden ser cuidadosamente separados y clasificados? Ante el panorama desolador de muchas de las calles y plazas por las mañanas, resulta admirable que el personal municipal de limpieza forzado a trabajar en esta área todavía no haya armado la de Puerto Hurraco.

Por todo ello, y a la vista de que el burgo de los hosteleros va convirtiéndose en el abrevadero, el meadero y el vertedero de Pamplona y su cuenca, muchos nos preguntamos si la desaparición de coches y aceras y los millones invertidos en los planes de peatonalización, reurbanización, saneamiento y amabilización realmente tuvieron algún sentido.

Les decía al principio que a uno no le ha sorprendido mucho que el último proyecto del alcalde para la Plaza del Castillo salga adelante. Tampoco le entristece excesivamente la degradación de unas fiestas ya muy desacreditadas, que no hay intención de desligar del alcohol, y que poco o nada tienen que ver con aquellas que Hemingway conoció. Puesto que todo viene a mostrar que los Sanfermines reproducen, a pequeña escala, el modelo de ciudad que el Ayuntamiento parece desear: una ciudad cuyo centro, convertido en un gran bar sin paredes y sin ley, atraiga a muchos, desplace a bastantes y enriquezca a unos pocos. l