Manuel Hidalgo (Pamplona, 1953) nos espera en la Media Luna, en un mediodía tórrido en Pamplona. Curtido en mil batallas, reclama un periodismo analítico más templado y objetivo. Hidalgo disfruta de una jubilación activa. Director de El Cultural hasta el año pasado, ha vuelto a vivir a Pamplona tras más de cuatro décadas residiendo en Madrid. Ahora ultima un libro mientras colabora con la publicación que dirigió y con entidades como la Filmoteca de Navarra y el Ateneo Navarro.

Hace ahora 30 años le entrevisté y fue muy crítico sobre el periodismo que se hacía en 1995.

–Desafortunadamente mi impresión es que ha ido a peor. Va a más el carácter partidista, altamente politizado, excluyente, menos plural, de los medios informativos en España. Los periodistas políticos están muy alineados con los partidos. Además, los periódicos digitales estamos jugando al acertijo y la incitación a la hora de titular. O el titular es muy valorativo, para dar la doctrina del medio, o un misterio. Nos están manejando con un fin comercial y de difusión del medio. No digamos con qué tipo de noticias, muchas veces. Yo nunca creí que los periódicos, digitales o no, fueran a dar tantas noticias de asuntos de salud, comida, sexo, relaciones de pareja... Muchos se han convertido en supermercados de variedades.

La vida, ¿no?

–Sí, pero ahí hay muchos peligros. Yo no esperaba encontrarme esto casi en igualdad de condiciones o con ausencia de otro tipo de información más relevante que está ausente.

Los periódicos, nos decía el profesor Juan Antonio Giner, se han arrevistado.

–Es una manera muy fina de decirlo, pero en el estilo de las revistas de quiosco de un euro de la peor especie.

“La cultura es un tono que ha de expandirse por todo el periódico, en la escritura, en el talante, en el modo de hacer los juicios...”

Le noto muy pesimista.

–Lo estoy, porque creo que nos jugamos mucho, el periodismo en su versión más seria, más ilustrada, mejor escrita, más contrastada, plural y analítica, con más peso cultural. La cultura no es una sección, es un tono que ha de expandirse por todo el periódico, en la escritura, en el talante, en el modo de hacer los juicios... Es una gran base para la conversación social, la ilustración de la sociedad, la conformación de la opinión y del voto.

Con el periodismo digital contrastar se ha vuelto más sencillo.

–Sí, pero de forma un poco morbosa más que por afán real, serio y sincero de conocer puntos de vista para hacerse una visión global. Es una minoría la que persigue eso. Falta una tradición anglosajona de analistas que recojan los datos, hechos y variables de un problema, y den los elementos de juicio.

¿Eso cambiaría la conversación pública?

–Hombre, claro que sí. Con una pluralidad más consultada por la gente que considera los puntos de vista de los otros y con más análisis y más datos. No es posible una objetividad radical, pero sí aproximarse, con el conocimiento y una cierta buena voluntad, y comprender el por qué del punto de vista del otro. Podemos aspirar a una mayor objetividad.

¿La cultura le ha brindado refugio o generado un estigma profesional?

–Si alguien piensa en lo segundo, ¿dónde tengo que ponérmelo? ¿En la frente, en el pecho? Lo llevo con la máxima satisfacción porque a mí desde adolescente me interesó la cultura, confundí, en el buen sentido, el placer, el ocio, el disfrute, con lo que luego había de ser mi profesión, y eso ha sido un privilegio que no tengo palabras para agradecer. Me he dedicado al periodismo cultural, pero he estado en puestos directivos de periódicos conozco de primera mano cómo se hace la política y la información.

“Falta una tradición anglosajona de analistas que recojan los datos, hechos y variables de un problema y den los elementos de juicio”

Trabajó en Diario 16 y en El Mundo.

–Y conozco la mecánica política e ideológica de primerísima mano.

Su perfil también le llevó a TVE, a conducir un magacín vespertino.

–Cuando apenas solo había una cadena y media, en España. No habían empezado las privadas. Pude hacer ese magacín y una tertulia en la que estaban Álvaro Pombo, Francisco Ayala, Manuel Leguineche, Lourdes Ortiz, Andrés Amorós, Luis Antonio de Villena... y hablábamos de la vida y de la sociedad. Y no le digo a las cuatro y media de la tarde a qué personalidades de la vida cultural y científica pude entrevistar. Eran otros tiempos, y otra responsabilidad de la televisión pública. Si soy crítico y pesimista con los medios en general, mejor no le hablo de lo que pienso de la televisión pública, la estatal y las autonómicas.

Cuénteme.

–Me parece un escándalo. Una televisión pública es muy necesaria. La televisión de ahora es de chiste, incluida la pública, de ordinariez muy a menudo, de programas basura... Claro que hay que hacer entretenimiento, pero hay muchas formas de entretenimiento. Podemos volver a debates con personalidades de primer nivel que poco a poco conciten el interés de la gente para hablar de todo. Si hay que volver a los anuncios se vuelve.  

Ha vuelto residir en Pamplona y regresar siempre tiene algo de exigencia.

–Volver es muy difícil, sí. He sido muy feliz en Madrid. Madrid es muy generoso para una persona que busca, que quiere encontrar y desarrollar una vocación. Yo fui a abrirme paso en el terreno que quería, lo conseguí a las primeras de cambio y no lo abandoné jamás. No he desertado ni he huido de Madrid, pero me entró una nostalgia de Pamplona y de Navarra. He venido a prueba. Llevo un año pero sigo a prueba, hasta que yo decida.

¿Y cómo va la experiencia?

–Es como si tuviera una libreta con una lista de pros y contras. Parece una cosa de autoayuda, pero es un buen sistema para pensar. Alguien dirá que ya he tenido tiempo de darme cuenta. Sí, el asunto es que no la elevo a categoría definitiva. Las ciudades hacen a las personas, de forma a veces muy condicionante. Pero también las personas hacemos a las ciudades, aunque uno solo individualmente no. Yo no he elevado a definitivas mis conclusiones porque estoy abierto a que me pasen cosas, espero que buenas.

“Las ciudades hacen a las personas, de forma a veces muy condicionante. Pero también las personas hacemos a las ciudades”

Después de tantos años quizás es más consciente de las ausencias.

–Por supuesto. Veo Pamplona muy cambiada desde que me fui en 1978. Cómo no. Ha desaparecido muchísima gente. Esto es triste. Toda la generación de mis padres por ejemplo. Tampoco veo a muchos amigos, porque se han ido o algunos se han muerto. Han cambiado aspectos visuales de la ciudad, la mayoría para bien, opino. Me gusta mucho el decorado. Pamplona la encuentro muy bonita y llena de cosas estupendas.

¿Qué más encuentra?

–Una tendencia muy localista. Una gran obsesión por el pasado. Mucho ensimismamiento, mal rollo sociopolítico...

Eso, viniendo de Madrid...

–Encuentro división, polarización y mal rollo viniendo de Madrid. Y algo que es contradictorio pero que me está pareciendo compatible: mucha gente enfadada y a la vez mucho disfrute y conformidad con las posibilidades de confort, y una cierta pasividad. En Madrid también hay mal rollo, pero uno escapa con más facilidad; es un lugar muy grande, y hay más variedad de gentes y mucho cosmopolitismo, claro que también hay localismo. El mal rollo se diluye bastante, hay que ser muy cafetero de la política para estar todo el día con Ayuso y Almeida y con Sánchez y no sé quién.

¿Cómo ve la proyección exterior de Navarra?

–Lo que se hace aquí trasciende más que antes. Por ejemplo, con los Encuentros de Pamplona, me gustaría que fueran anuales, que hagan un esfuerzo, caramba, presupuestario y organizativo. Sería una maravilla, y que se invite a más periodistas especializados de fuera para que se difunda más.

A usted le interesa la relación entre lo psicológico y lo ideológico.

–Hay muchos determinismos, de tipo familiar, económico, geográfico, que marcan las ideologías, pero también mucha influencia del carácter o la personalidad. Una persona que quiere tener siempre razón, que tiende a imponer su punto de vista; que tiene ideas sobre cómo deben ser todas las cosas, que ve soluciones para todas las actitudes, comportamientos y problemas, que tiene rasgos psicológicos, agresivos y autoritarios, tiene todos los ingredientes para acabar en una ideología totalitaria de derechas o de izquierdas.

“En Pamplona encuentro polarización y mal rollo sociopolítico , mucha gente enfadada y a la vez mucho disfrute y conformidad”

¿Entonces?

–Creo que la democracia también se hace con personas que tienen el carácter opuesto, con más facilidad para escuchar, para ponerse en la piel del otro, y comprender los puntos de vista ajenos. O con quienes dicen que cada uno es como es y que viva como mejor entienda que debe vivir. Esas personas son las que mejor hacen luego la democracia. Porque la democracia liberal no solo es votar cada cuatro años y aceptar que quien ha ganado o tiene situación de obtener el poder mediante negociación debe gobernar. La democracia se hace con demócratas de corazón, de vida y de inteligencia. Y eso es muy difícil de hacerlo bien. El talante, que dijo aquel... No hay paz sin personas pacíficas. Y no hay democracia sin personas que aceptan muchas cosas de los otros. Tenemos buenos instrumentos para saber qué es lo que no se debe aceptar.

Certera reflexión.

–Últimamente he releído la Declaración Universal de Derechos del Hombre de 1948. Invito a todos los lectores a que la lean si nunca la han leído o hace tiempo que no lo han hecho. Es una maravilla en el progreso de la humanidad. Muchas de las cosas que estamos diciendo ahora están ahí. Hay que trabajar por ellas, pero están ahí. Los textos constitucionales de las democracias occidentales en líneas generales también nos marcan un camino, y el código penal. Y también el famoso imperativo categórico kantiano: No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. A lo que se puede añadir: Haz por los demás lo que quieras que hagan por ti.

Un equipaje para andar por la vida...

–Para una actitud democrática y un liberalismo personal, no económico, y que el otro sea ateo o creyente, o que quiera ir a este sitio o al otro. Hay mucho demócrata de nombre en Europa con un gen totalitario tremendo, que viene de los absolutismos monárquicos, de los reaccionarismos integristas, de los fascismos, del nazismo, el comunismo soviético, de las dictaduras y de las revoluciones que generaron dictaduras. La democracia moderna hay que interiorizarla no solo como un sistema, sino como una forma cultural y por tanto de ser, que hemos inventado para convivir los distintos, no para acabar con estos, ni eliminarlos, ni hacer todo a nuestra manera. 

“No hay paz sin personas pacíficas, y no hay democracia sin personas que aceptan muchas cosas de los otros”

Está ultimando una novela, titulada ‘Hacia el final del día’.

–Donde el protagonista, un profesor universitario de Historia del Cine se retira a un pueblo para poner en limpio las notas de un libro que quiere hacer y conoce a una mujer.

Un planteamiento evocador de viaje con cierta solitud.

–Todo el mundo habla de eso, es una gran realidad, está de moda irse ahora a monasterios y hospederías, o a una casa rural uno solo. La complejidad del ser humano está entre el robinsonismo y la vida social.

¿De qué va entonces el libro?

–De la vida cotidiana que este hombre lleva allí, en un estilo novelesco realista, en un pueblo pequeño, con muchos detalles que tienen que ver con la vida actual, en un retrato colectivo. Por otro lado están las notas que él transcribe, que pone en limpio y se incluyen íntegras. Por tanto, la novela tiene una hibridación con el reportaje o texto crítico.

¿En qué sentido?

–Porque la vida cotidiana se interrumpe en la preparación de su libro sobre seis películas que obtienen en su meollo el retrato pictórico –profesor de Cine en Historia del Arte– de una mujer. Y el promedio de esas películas que he elegido tienen cierto tono onírico, de fantasía y de conexión con la pasión, el crimen y la muerte. De modo que la novela se abre por estos textos a un universo totalmente distinto del realismo. Se pretende con esta dualidad ver hasta qué punto la vida está entre esos dos mundos, como la propia novela. Hasta qué punto todos vivimos en una contaminación recíproca entre lo real y el mundo del imaginario, la fantasía y del deseo.

¿Y cuáles son esas películas?

–A mí me gustan mucho, y espero que al lector le guste mucho también saber que son seis obras maestras: Rebeca, La mujer del cuadro, Laura, Jennie, Pandora y el holandés errante y Vértigo. Seis películas con seis mujeres protagonistas. Seis retratos, seis cineastas, seis mundos, algunos muy imaginarios y oníricos. El protagonista, Andrés Varela, ve la necesidad de contar con todo detalle el argumento de esas películas. Así que he vampirizado seis historias, las he echado a la saca de esta novela.

¿Saldrá el año que viene?

–Creo que sí, puede que antes, para Navidad.

"Hay mucho demócrata de nombre en Europa con un gen totalitario tremendo. La democracia la hemos inventado para convivir”

Lleva publicados un buen número de libros.

–Esta será mi séptima novela más un libro de cuentos. Pero hay otros que no son estrictamente novelescos. He publicado muchos de cine, y El hombre malo estaba allí, una especie de memoria de mis miedos infantiles y juveniles, o La guerra del sofá, veinte situaciones de pareja de discusiones arquetípicas, o el ensayo cultural El lugar de uno mismo, sobre el cuarto de baño a través del arte, del cine y de la novela y de la realidad.

¿Escribe pensando en el éxito o por el placer de hacerlo?

–Yo me había hartado un poco de la novela. Había indagado por el ensayo, la crónica... Pero tuve una gran nostalgia repentina de la novela. No quiero un éxito ni dejo de quererlo, quiero que el libro lo lea un número suficiente de personas, lo aprecie y lo pase muy bien, y quiero encontrar esa satisfacción. Yo creo que ha quedado interesante, estoy muy contento.