Dijo Pedro Sánchez en el debate que él no tenía culpa de la inflación, que era de Putin. Falso. El alza de los precios no comenzó cuando la guerra, sino hace un año. La causa originaria no es el abastecimiento de la energía, sino el manguerazo de liquidez que los bancos centrales han suministrado durante los últimos años y que gobiernos insensatos, tal que el español, han despilfarrado como si literalmente no hubiera un mañana. La asistencia financiera del BCE a España para evitar el parón de la economía ha sido de más de 443.000 millones de euros en los pasados 28 meses. Es decir, cerca del 36% del PIB en vena. Con todos esos recursos extraordinarios, el crecimiento económico ha sido ridículo: España todavía no ha recuperado el nivel de riqueza pre-pandemia, y no lo hará, si hay suerte, hasta bien avanzado el 2023. No hay otra causa, Pedro. La Unión Europea suspendió las exigencias del Plan de Estabilidad, permitió a los gobiernos que gastaran lo que quisieran, y en paralelo el BCE les compró toda la deuda que emitían. En Estados Unidos, algo parecido. Es imposible que en medio de esa orgía de liquidez e insensatez en el gasto no aparezca una inflación proporcional al despropósito. Luego llegó, sí, la invasión de Ucrania, y el pre-colapso de los mercados de la energía. El problema no es tanto el precio del barril de petróleo -100 dólares de media esta pasada semana-, sino la congestión de las estaciones de refino, que es lo que encarece la factura en el surtidor. Y por encima de todo, padecemos la estúpida regulación europea de los precios, que condena a los ciudadanos a pagar no lo que vale el kilovatio, sino a sufragar una construcción política acunada en conceptos perfectamente discutibles como cambio climático o transición ecológica, que al final se transforma en impuestos y tarifas artificiales. Tienes la culpa, Pedro, de haber puesto al servicio de tu personalísimo proyecto -porque PSOE ya no existe- un presupuesto que sólo es vehículo de gasto oportunista, en el que no hay un atisbo de reducción de lo innecesario. No extraña que España sea el país europeo en el que más inflación hay -el mes pasado casi el doble que la francesa-, porque también somos el país en el que hacer política significa inventar una dádiva nueva cada semana. En lugar de ajustar el déficit y contener la deuda, se intenta apagar el fuego con la gasolina de nuevos estipendios cuyo impacto en los precios es justo el contrario al proclamado. También tienes la culpa del desastre, Pedro, tú y Nadia, por contarnos hasta hace un par de minutos que la inflación era un fenómeno pasajero y que se domeñaría en esta segunda mitad del año. Justo es al revés.
A muchos nos desagrada, como consumidores, la manera en la que funcionan los bancos o las empresas energéticas. Reciben cada mes una buena parte de nuestro dinero a cambio de un servicio habitualmente deficiente. Abusan de la dependencia que tenemos de ellas, y es casi imposible que atiendan adecuadamente una reclamación. Imponen cobros -comisiones, contadores- y han perdido la escala de cercanía que nos gustaría apreciar. Pero una cosa es eso, y otra que merezcan impuestos especiales al grito de “no se puede ganar dinero a costa de la gente que lo pasa mal”. Lo de crear un corralito tributario según un razonamiento moral es un atentando al Estado de derecho como otro cualquiera. Si una empresa gana más dinero, pagará más por el impuesto de sociedades. Y ya. Porque la vía de imponer exacciones de carácter singular, según nos guste más o menos la actividad que se desarrolle, es una aberración fiscal y democrática. UP ya asoma la patita pidiendo un impuesto adicional del 10% a los supermercados para pagar comedores sociales. Cualquier día lo aplican también a los bares, alegando que trafican con alcohol, o a los agricultores, culpándoles de lucrarse con el uso del agua.
La pregunta capital es si Pedro Sánchez es realmente consciente de que le queda el peor año y medio de mandato, y cómo piensa navegarlo. Mientras en Europa anticipan el colapso del gas, nuestro narciso mandó una tarde una carta a Mohamed regalándole el Sáhara Occidental y como consecuencia se nos cerró el suministro privilegiado que teníamos desde Argelia. Si no es traición a los intereses del país, se le parece mucho.