Después de ver el resultado de Israel en Eurovisión, está claro que nos gustan los vencedores. O los que tienen posibilidades de serlo aunque la victoria sea fruto de la injusticia, la crueldad, la desmemoria. Resultado de la sinrazón y del genocidio. No digo que le gusten a usted personalmente, ni que me gusten a mí (me refiero a esta cuestión solo aparentemente folclórica y lateral, en otras, nos lo tendríamos que mirar), pero el voto del público dio la máxima, los doce puntos, a Israel y eso dice mucho de mucha gente. Diría, además, que de mucha gente no especialmente mayor, pero puedo equivocarme. Qué vergüenza y qué alarma. ¿Hay datos sobre la edad de las personas que votan en Eurovisión? De repente, se me ocurre relacionarlo con la propuesta de voto a los 16 años y me quedo pensando. ¿Me estoy volviendo una vieja que sospecha?
Como el festival en cuanto evento musical no me interesa demasiado, me he ido enterando de lo justo, de la candidata española y poco más, y no lo he visto, pero era imposible no enterarse de la polémica suscitada por las declaraciones previas de RTVE pidiendo paz y justicia para Palestina y que se defendieran los derechos humanos. ¿Hubiera estado bien retirar la candidatura? Soñar es bonito. ¿Demasiado? No sé qué les habría parecido. Pues después de adjudicar 46 contratos por más de 1.000 millones a la industria militar israelí desde que empezó la guerra de Gaza y de vender a su vez armas y municiones a Israel, un gesto contradictorio, me dirán, y tendrán toda la razón. Lo que significa que el televoto estaba perfectamente alineado con la política de compraventa del gobierno. Solemos escuchar que la realidad es compleja, pero me da la sensación de que esta es bastante sencilla.