Las cosas como son: a mí me gustaría ser monárquico. Casi lo prefiero a ser alto, rubio y fuerte, porque eso a fin de cuentas se acaba pasando, pero ser monárquico no, te dura hasta que pasas de los 100 años. Tú eres monárquico y lees como leía ayer en primera plana en El Mundo "Isabel II, la Reina más grande" y lejos de sentir la vergüenza ajena que sentí yo sientes como un golpe de calor interno y un subidón de corporativismo y de ternura y de pertenencia a algo que no te lo da no ser monárquico. Puedes, además, pegarte ahora días y días leyendo artículos babosos y chismorreos y cotilleos y directamente mentiras y barbaridades sin sentir cargo de conciencia ninguno y hasta si te animas comprarte el primer libro que salga sobre la difunta versando sobre su defunción, que calculo que si no salió ayer saldrá o hoy o mañana. Y luego está todo eso de poder tragarte sin tasa las cienes y cienes de horas de televisión que se van a emitir contando las exequias y las pompas fúnebres de la buena mujer, que seguro que son un espectáculo a la altura de su larguísimo, fecundo y brillante reinado. Son todo ventajas, ser monárquico. Tienes, encima, una balda casi entera de las tiendas de revistas casi sola para ti, porque aunque objetivamente informan del mundo del corazón y del famoseo siempre hay un hueco destacado por no decir primordial y preferente para las realezas todas, de ahí que usted no tenga ni puta idea de quién es la primera ministra sueca pero conozca de sobra a su rey, a la reina, a sus hijas, a los maridos de las hijas, a las nietas y a las amigas de las nietas. La prensa cortesana europea es un rodillo permanente que deja en meros aficionados a los propagandistas políticos: no hay mayor propaganda que la que recibe la monarquía. Por todo ello, me gustaría formar parte del show, para no perderme tanta emoción. Pisoteao pero entretenido, coño.