Bueno, lo primero es que hay que reír más. Yo antes era muy serio. Ahora estoy intentando aprender a reírme de todo. Pero claro, no es fácil. No hace más que morirse gente. Ayer, por ejemplo, me trague el fastuoso funeral gótico casi entero. Aún estoy eructando ínfulas. Y, por si fuera poco, desde entonces, creo que estoy metido dentro de una caja. En fin. No es una caja horrible, es una caja holgada, estoy cómodo. Es decir, cierro los ojos y tengo la sensación de que estoy ahí, en esa caja insonorizada hecha a mi medida, pero no totalmente oscura. Porque en su interior hay una leve luminosidad. Una luminosidad que va a más o a menos en función de mi nivel de consciencia, no sé si me explico. A más conciencia, más luminosidad; a menos conciencia, menos luminosidad. Y sin embargo y no obstante (y esto era, de hecho, lo que te quería decir, creo), la sensación, en el fondo, es agradable. Estoy en la caja y me siento bien. Como un rey, pienso. Pero entonces se me ocurre lo segundo, Lutxo, escucha: hay que empezar a pensar en serio en el funeral del emérito. Hay que darse prisa, sin perder la calma, supongo. ¿Qué pasa si se muere en Arabia? Puede ser engorroso. ¿Hay un protocolo? Los ingleses lo tenían todo pensado desde hace veinte años. El timing milimétrico. En la tele estaban todo el rato ponderando el timing milimétrico. La secuenciación del protocolo al minuto. ¿Tú crees que aquí hay alguien pensando en esto, Lutxo? Porque no es broma. Hay que calibrar bien la envergadura del evento. O sea, sin pasarse. De lo contrario podrían tal vez correrse riesgos, ¿no te parece?, le digo. Pero Lucho, que es un poco monárquico, no me hace ni caso. Finge que no me oye, claro. Supongo que es obvio que sospecha que le estoy tomando el pelo. Es suspicaz. Pero se equivoca, no se lo estoy tomando. En serio. Qué más quisiera yo.