Más o menos a las 8 y poco de esta mañana habrán llegado a meta en Wollongong (Australia) los corredores que disputan el Campeonato del Mundo de Ciclismo, una de esas carreras por las que sin ninguna duda merece la pena pasar la noche en blanco o levantarse a las 6 para ver las horas finales. En julio, el Campeonato del Mundo de Atletismo, se celebró en Oregón, con lo que también hubo que pasar noches en vela. En agosto de 2021 nos pasó lo mismo con los Juegos de Tokio, que tocaban en horario de la madrugada europea. Aunque normalmente predominan los eventos en suelo europeo, a fuerza de años y años de adicción a los eventos deportivos quien más quién menos tiene unos cuantos cientos de madrugadas pegado al televisor con las luces del cuarto de estar apagadas y la sensación de que aquel partido, aquella carrera, aquella competición, la estás viendo tú, dos más y los que están en el estadio. Es una sensación agradable, a pesar de la incomodidad que supone el sueño o el cansancio. Recuerdo también aquellas carreras con Fernando Alonso cuando dominaba con Renault y algunas pruebas eran a las 4 de la mañana o muchos partidos de la NBA mirando no ya la televisión –porque no encontrabas webs que echaran los partidos– sino el Jugada a Jugada, esa especie de teletexto escrito en el que aún siguen detallando qué ha pasado en cada acción. La cantidad de días de sueño que los adictos al deporte le hemos quitado a la vida es notable, pero seguro que han sido horas disfrutadas por partida doble, como lo habrán sido esta pasada madrugada. Por mucho que en el calendario ciclista haya clásicas maravillosas y etapas gloriosas en las grandes vueltas, un Mundial es el día por excelencia, en el que los mejores salen a cuchillo aunque el recorrido no dé para muchas fiestas. A ver si no me ha pasado como en la final de los 100 entre Johnson y Lewis en Seúl’88. Me quedé dormido.