El otro día le leía a un periodista aseverar que el apocalipsis económico no lo daría por llegado hasta que siguiera viendo terrazas a rebosar mañana, tarde y noche, listas de espera en restaurantes y citas previas y noches llenas de barullo y gintonics. Y es cierto, pero lo es solo en cierta manera. Porque todo es cierto según en qué subconjuntos sociales nos movamos o más veamos. Todos formamos parte de un subconjunto concreto. Vivimos en un sitio concreto –hay un 66% más de riesgo de pobreza en Corella que en Pamplona, hay un 59% menos de riesgo en Aranguren que en Pamplona, hay el doble de riesgo en Etxabakoiz, Milagrosa, San Jorge o Buztintxuri que en Ensanche o Ermitagaña o Iturrama–, usamos o no el transporte público –el transporte público es un baremo social potente–, paseamos o no por ciertas zonas, llevamos o no a nuestros hijos o nietos a colegios concretos y parques concretos y clubes deportivos concretos, tenemos el trabajo que tenemos o nuestro trabajo es la cola del paro, compramos en supermercados más caros o en los más baratos. Para la gente de renta alta, media alta y media lo que está pasando por ahora no pasa de ser una molestia –hablo de ciudadanos, no de empresas–, pero para todo el que ahora mismo baja de unos ingresos mensuales concretos –no sé poner la cifra: ¿1.300 en individual y 2.500 en pareja si tienen hipoteca e hijos?– las subidas de los alimentos ya comienzan a ser un problema importante, porque comer cuesta un 15% más que hace un año. Un 15% es mucho y según en qué escala de sueldos puede ser muchísimo. Enseguida le sumaremos luz, gas, tasas, etc. En según qué bares seguirá habiendo mucha gente, la gente que nunca coge las villavesas donde viaja la gente que aprieta la mirada para llegar a los barrios o calles donde la gente empalma crisis con crisis sin ninguna perspectiva de ir algún año a un restaurante de los de lista de espera.