No sé si la noticia de la llegada del niño elegido como el habitante 8.000 millones del planeta es una buena nueva o un asunto embarazoso. Ni todos los nacimientos son motivo de celebración ni todos los bebés vienen con un pan debajo del brazo. Por lo que nos afecta a los inquilinos de este territorio, un recién nacido debería traer además una tarjeta de futuro afiliado a la Seguridad Social; porque, siendo egoístas, la esperanza es que los incorporados al Registro Civil sean cotizantes que sigan sosteniendo el sistema, o que porten un carnet de cuidadores para atender el incremento de la lista de personas con dependencia. Los expertos recuerdan que el aumento de población no viene tanto por el número de nacimientos como por la reciente costumbre de morirse más tarde. Porque esa es otra: miramos con preocupación los inconvenientes que puede causar una superpoblación del planeta –si no somos ya muchos exprimiendo los recursos naturales– y al mismo tiempo logramos que la expectativa de vida aumente año a año y ponemos a la ciencia a trabajar tenazmente para acabar o controlar enfermedades mortales.

Contrastan los avances en autoprotección y calidad de vida de la parte del mundo más desarrollada con el difícil porvenir de los más desfavorecidos, que pese a todo (pandemias, hambre, explotación, desplazados, catástrofes naturales…) se siguen multiplicando a un ritmo mayor. Los cálculos apuntan que a finales de siglo seremos más de 10.000 millones. Así las cosas, ¿es sostenible el planeta? De niño miraba con curiosidad las hojas del listín telefónico para observar cómo de un año a otro mi pueblo superaba en extensión y páginas a otros. Hoy, en el pueblo apenas queda terreno para construir nuevas viviendas, hay demanda de espacio en los colegios y en el centro de salud los pacientes se quejan porque no les atienden con la premura que requieren sus dolencias. Mientras el medio rural no tiene antídoto para el virus de la despoblación, los nuevos barrios de Pamplona han abordando en los últimos años los campos de cultivo de la Comarca. Me queda el consuelo de constatar cuando cruzo Teruel que ahí aún queda tierra para albergar a unos millones de personas.