La cumbre sobre el cambio climático que concluyó ayer en Egipto ha logrado salvar los muebles, aunque se ha quedado a medio camino por falta de mayor ambición de los países en el compromiso contra el calentamiento global. El acuerdo alcanzado in extremis y de manera agónica en la madrugada de ayer y tras la fuerte presión ejercida por varios actores -en especial por la Unión Europea, que amenazó con abandonar el encuentro- para la creación de un nuevo fondo destinado a financiar los daños climáticos que sufren los países más vulnerables a los efectos del calentamiento global supone un gran paso en favor de la justicia climática. Este pacto adoptado por consenso en la asamblea plenaria final de la Conferencia por el Cambio Climático de Naciones Unidas COP27 de Sharm El Sheij conlleva la creación de un fondo de compensación con mecanismos de financiación para pérdidas y daños con el objetivo de ayudar a los países en desarrollo que se encuentran en una posición de vulnerabilidad respecto a los impactos tanto económicos como no económicos del cambio climático. Este era un aspecto irrenunciable para la ONU, la UE y los grupos ecologistas, ya que sin esta compensación los países más pobres no pueden afrontar la catástrofe que ya les está suponiendo el calentamiento global. La falta de concreción sobre, por ejemplo, las cantidades destinadas a ese fondo puede, sin embargo, ser un obstáculo para un acuerdo que supone un hito que ha sido bien valorado incluso por organizaciones como Greenpeace. Por contra, la COP27 no ha avanzado, lamentablemente, en la plasmación de un compromiso más firme para la reducción de emisiones contaminantes y del uso de combustibles fósiles, lo que ha llevado a la UE a mostrar su “decepción”. Esta falta de avance supone en sí mismo un retroceso claro en la ambición climática, ya que el tiempo juega en contra del mundo y de la necesidad de reducir las emisiones para alcanzar el objetivo de esta década de no superar los 1,5 grados de temperatura. La contención de emisiones pasa por el paradigma de la generación limpia y la mínima dependencia de explotación agrícola y ganadera hiper extensiva, además de superar el marco de los hidrocarburos. Para ello, los países más contaminantes como EEUU, China, Rusia, India o Brasil deben aumentar aún más su compromiso real.