El viernes 25 es el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Las manifestaciones de esa violencia estructural basada en la discriminación son múltiples y las formas que adquiere la discriminación también. Una de las más efectivas por silenciosa es la ocultación. No se nombra porque no se ve porque la rutina asentada es no mirar. El viejo mecanismo es tan sencillo que sobrecoge.

Recuerden sus libros de historia, de ciencia, de literatura, de arte. Dan la impresión de que el curso de los siglos no habría variado gran cosa de desaparecer las pocas mujeres que se asomaban a sus páginas y de las otras ni hablamos. Cabe preguntarse qué habremos hecho durante tanto tiempo. Para responder, y junto a la apropiación de las realizaciones de las mujeres por parte sus compañeros, parejas y jefes -es el caso de Nettie Stevens, Rosalind Franklin, Chien-Shiung Wu, Lise Meitner, María Lejárraga, Margaret Keane y tantas otras expoliadas- surge otra conclusión y es que la mayoría, que no aspiramos a pasar a la historia con nombre propio, o hemos disfrutado de existencias vacacionales o nos hemos debido dedicar a tareas indignas de ser estudiadas. 

Afortunadamente, la tendencia se ha revertido y son muchas las investigaciones que responden a la pregunta. En esa línea y recordando la frase de la estupenda Fran Lebowitz piensa antes de hablar y lee antes de pensar, hoy les quiero recomendar un libro, Prehistorias de mujeres, de Marga Sánchez Romero, catedrática de Prehistoria y divulgadora. El libro es tan ameno que cuesta soltarlo. Parte de un objetivo, demostrar que las mujeres hemos participado en la vida social, económica, política y cultural en todas las épocas y sociedades. Argumenta, explica, ilustra y combate un mal tan peligroso como la discriminación, la rigidez cognitiva, no querer saber.