A pesar de que un medio anunció ayer por la mañana que ya estaba decidido por parte del interesado la renuncia de Enrique Maya a pugnar en 2023 por revalidar su lugar como alcalde de Pamplona, el propio Maya ayer a mediodía descartó que haya tomado la decisión y ni confirmó ni desmintió la noticia de que no se presentara a la reelección: “ya dije que tenía que tomarme mis tiempos para tomar la decisión y estoy en ese periodo. Hablé de Navidades, y sigo en esa línea. Dije que daría la noticia en el momento que procediera, cuando estuviera todo decidido”. El alcalde de la gente normal, que llegó a la alcaldía de la mano de la entonces estelar y omnímoda Barcina y que protagonizó un primer mandato plano y soseras, está protagonizando un segundo lleno de boutades y tiradas hacia adelante y asunción de proyectos de la legislatura anterior que cuando estaba en la oposición criticaba. Para los anales y las hemerotecas quedaran asuntos como meter una pista de esquí en la antigua estación de autobuses, sus críticas por la gestión de la pandemia, su defensa a ultranza de la hostelería a cualquier precio, su empecinamiento con la pasarela del Labrit o su obsesión sanferminera al punto de querer alargarlos 3 días, mientras la ciudad sigue sin amoldarse a situaciones claves como la amabilización, la renovación del comercio de barrio, la gentrificación de muchas zonas, la saturación acústica o el deterioro de barrios enteros. Maya, habitual cumplidor como alcalde de cualesquier tradición religiosa que se le cruce, estará deshojando la margarita, sabedor de que si los astros se vuelven a alinear puede darse un entendimiento entre Bildu y PSN que le arrebate la alcaldía. No estoy en su cabeza y sería una insensatez decir qué bulle en ella, pero da la impresión de que no haría ascos a un tercer mandato pero que una segunda legislatura en la oposición sí que sería demasiado.