Testimonios como los de Ana, pamplonesa de 19 años y víctima de malostratos, o Elena Malaguilla, de 45 años y que está viva de milagro, tienen muchísimo valor. Diferentes generaciones pero la misma situación de bloqueo y miedo. Elena quería “salir de ahí de la forma más fácil, dejar la relación sin contar nada a nadie”. Salir de siete meses de malostratos físicos y psíquicos. Y el mismo móvil que le hacía temblar cada vez que abría un chat fue el que le sirvió de prueba para demostrar su historia. Guardar mensajes que le ayudaron a revisar su propia vida y hacer una lectura con perspectiva. “Hice capturas de conversaciones, algunas fotos y le grabé precisamente en una discusión en la que me insultaba gravemente”, aseguraba. Lo envió a un amigo para que estuviera en un lugar seguro. Y fue él el que le recomendó denunciar los hechos. Ella creía que un proceso judicial podía ser difícil y necesitó otros apoyos. Y los encontró precisamente en un amigo además de sus propios padres que le animaron a denunciar. Chapó por el amigo. Seguro que los tienen también todas las chicas que han denunciado en este último año (el 39% del total) menores de 29 años, y quizás han estado mirando hacia otro lado, y tendrán algo que decir también de las que no se atreven a denunciar. Porque para salir de una situación de encierro emocional hace falta muchos apoyos. También recursos. Elena Malaguilla fue otra víctima valiente que tras muchas sesiones de terapia y psicólogo se atrevió a dar el paso. Y no lo tuvo fácil. “La manipulación es tal que yo pensaba que era culpable de lo que pasaba y que él, que tenía problemas con el alcohol, era una víctima de su propia situación”, admitía. Trece años después de la última paliza es una mujer empoderada que brinda acompañamiento a otras víctimas de violencia de género. Patxi Ozcoidi, director del instituto de Zizur, reconocía ayer tras un encuentro entre víctimas y alumnado que para acabar con la violencia primero hay que reconocerla. También ayer en la manifestación del 25N desde la plataforma feminista Amaia Zubieta también interpelaba a los hombres para que “nos sean cómplices de esas agresiones. Porque por omisión también se agrede”. “Si ves en tu entorno que se cometen agresiones, sean físicas, económicas, verbales o sexuales, es un deber social no ser cómplices de ellos e impedirlo a toda costa”, recalcaba. Agresores que “están en nuestros entornos, no son seres extraños que te aparecen un sábado por la noche”. También se agrede cuando callan quienes consienten que se insulte a las mujeres que ocupan cargos en el poder. La ministra Montero ha recibido insultos, amenazas y campañas de difamación por ser mujer joven, de izquierdas y feminista. Violencia estructural a muchos niveles y con muchas responsabilidades.