Algunos buscan algo. Un algo más, quiero decir. Ya me entiendes. No saben muy bien qué, claro. Pero sienten que eso da sentido a sus vidas. Eso tan importante que se supone que buscan más que nada. Sea lo que sea. Aunque si les preguntas qué es, enseguida te das cuenta de lo complicado que les resulta explicarlo. Para mí, es como si esto, dice el uno. Para mí, es como si lo otro, dice la otra. Total, le pongas el nombre que le pongas, siempre es lo mismo, creo, pero bueno. Para mí, le digo a Lucho, es como si, en teoría, todos quisiéramos ser mejores de lo que somos. Y nunca lo consiguiéramos, claro. Porque nada puede ser mejor de lo que es, ¿no?, dice Lucho. Y sí. Así es, querido Lutxo. Se llama Lucho, pero yo siempre le llamo Lutxo, para que no se olvide de que hay otros mundos. Así es, en efecto, le repito. No obstante, ¿te gustaría saber qué es lo que, en el fondo, buscamos todos?, le digo. Y me dice: ¿Qué? Pues la luz, Lutxo. Eso es lo que buscamos todos. La luz. El calorcito. Como las polillas. Con las que, por cierto, compartimos más del 60% del ADN, que no es poco. Pero la luz está cada vez más cara, claro. Ese es el tema. Yo tengo suerte, porque hay una farola muy cerca de mi ventana y, si me arrimo, puedo leer por las tardes sin encender la lámpara. De hecho, le digo, estoy leyendo un libro de ciencia ficción que dice que la Historia va de dinero. Y me salta: la historia ¿con mayúscula o con minúscula? Qué tío. La Historia con mayúscula, obvio. Lo que están haciendo con el precio de la luz (que es una especie de crimen con ensañamiento, tolerado por un sistema absurdo y ya hasta peligroso), lo harán tarde o temprano con el agua, que por cierto ya cotiza en el mercado de futuros de Wall Street. Y después también con el aire, supongo. Lo harán. Pero ¿quiénes?, dice entonces Lucho. Y yo le digo: ¿cómo que quiénes? Eso ya lo sabes. Los de siempre. ¿Quiénes van a ser? Los mismos de siempre.