Acabamos de conocer el podio de los diez artistas más escuchados en Spotify por aquí arriba en 2022, lista que, me temo, le sonará a usted tanto como la de los reyes godos a la chavalería: Bad Bunny, Rauw Alejandro, Quevedo, Bizarrap, Anuel AA, Duki, Myke Towers, Aitana, Ozuna y Jhayco. Seis son portorriqueños, dos argentinos y dos españoles, y su exitazo en tierras norteñas ha puesto muy cachondo al rojigualdo de guardia. Vista su reacción, el placer no se lo ha dado la firme pisada del elefante hispano, sino el supuesto aplastamiento de la hormiga vascona. Y es que, en realidad, le importa muy poco si mi sobrina canta Quédate o Roxanne. Lo que parece alegrarle es que por fin deje de cantar Aldapan gora.

Su gozo, claro, no tiene nada de patriota ni de constitucional, ni de tolerante ni de integrador. A cambio abunda, eso sí, en suicida gilipollez, en catetismo alicorto, pues quien de verdad triunfa en esa lista no es España ni el español, sino el rodillo de la globalización, la uniformidad de una moda ubicua y omnipresente. No hace falta ser sabio para entender que el orgasmo centralista de hoy tal vez sea mañana gatillazo, cuando a la industria de turno le dé por vender a granel música coreana o turcochipriota, lo que lleve a mover con gracia el pandero.

De modo que quien ahora nos hace un corte de mangas porque la juventud aquí, como en medio mundo, opta por el reguetón, debería abandonar las lecturas culturales y políticas, y bucear en la historia del cangrejo americano, la ardilla gris y el pino radiata. Y darle una vuelta a eso del ecosistema y la diversidad. O sea, happy new year!