como recordaréis, la semana pasada, por fuerza mayor, no pude salir a recorrer la ciudad y comencé a pasear por un plano del S. XVIII que, por estar perfectamente pormenorizado, nos da noticia de lo que hubo y en dónde lo hubo pero que…ya no lo hay. Hoy seguiremos viendo estos tesoros perdidos y algunos otros que no figuran en el plano por ser ataques internos.

Al turrón. La semana pasada nos quedamos en la desaparecida capilla de Santa Cecilia ubicada al comienzo de la calle Curia. Por esta vieja calle, decumano romano, continuaremos nuestro virtual paseo subiendo hasta llegar a la Catedral Metropolitana de Santa María de la Asunción, que tal es el nombre que ella tiene. Nicolás de Fer (París 1646- París 1720)-os aconsejo que lo busquéis en Güiquipedia- autor del plano por el que vamos paseando, nos indica el lugar que ocupaba y ocupa el primer templo pamplonés, pero no nos ofrece una vista tridimensional, he buscado, sin éxito, en los márgenes del plano la herramienta Street View, la cual me hubiese permitido ver la fachada románica que por aquel entonces aún se mantenía en pie, pero luego me he dado cuenta que en 1719 aun no existía Google.

Quienes me leéis hace tiempo ya sabréis que soy defensor de la fachada neoclásica que hoy vemos en la catedral, pero eso no quiere decir que la prefiera a la original románica, ni mucho menos. Que duda cabe que los ediles dieciochescos no estuvieron acertados encargando a Ventura Rodríguez y a Santos de Otxandátegui la demolición de la vieja portada y su sustitución por la actual, pero ese es tema hablado y conocido que no tocaré ahora. Entremos al interior del templo que también tiene su agresión y bien cercana. Al comienzo de los años 40, a dos tonsurados de la ciudad, D. Santos Beguiristain y D. Onofre Larumbe, se les ocurrió que la Catedral necesitaba unos cambios importantes, hablaron con el obispo de turno, a la sazón monseñor Olaechea, y éste les dio el nihil obstat que les abrió las puertas para hacer y deshacer en el interior de la Catedral como si de su propia casa se tratase. Para empezar, el maravilloso retablo romanista que el obispo Zapata regalara a la ciudad en el S. XVI desapareció de su ubicación y pasó a un futuro incierto, se almacenó y anduvo en almoneda estando a punto de ser vendido fuera de nuestro territorio, suerte que no fue así. Años después fue instalado en la parroquia de San Miguel en donde hoy luce con todo su esplendor, pero fuera de su sitio. Así mismo el coro que partía la nave en dos, con su trascoro y todos sus complementos también fue mutilado y cambiado de lugar, como también sucedió con la rejería y otros elementos ornamentales del templo, levantándose un templete plateado, neogótico, de dudoso gusto. Todas estas actuaciones fueron dirigidas por el arquitecto Javier Yárnoz de la Rosa, a quien el cabildo quedó tan agradecido que lo nombraron canónigo, único caso en nuestra ciudad de un seglar que alcance dicha dignidad. De eso nada diré, de lo suyo gastan.

Salimos de la Catedral y seguimos paseando sobre el plano, cruzamos la maravillosa plazuela de San José y llegamos a terrenos del baluarte del Redín, bajamos hacia el portal de Francia y en la esquina de enfrente, al comienzo de la vieja Rua de los peregrinos o carrera de San Prudencio, vemos que se encuentra el convento del Carmen, ocupando una gran superficie con su iglesia, su convento y su hermosa huerta. Nada de eso ha llegado a nosotros. El convento se levantó en el siglo XIV y fue de gran importancia en la ciudad. A lo largo de los siglos se llevaron a cabo en él diferentes cambios, hasta que llegó el XIX y corrió idéntica suerte que los que vimos la semana pasada: la ocupación de los franceses que lo convirtió en hospital para la tropa y la desastrosa desamortización de Mendizábal (DM), dieron al traste con todo su bagaje de arte y cultura. La iglesia tenía nada más y nada menos que 11 retablos barrocos, de los cuales solo sabemos del paradero de tres, el retablo mayor que hoy está cumpliendo la misma función en la capilla del museo de Navarra y dos menores, el de San José y el del Ángel de la guarda, que se encuentran en la iglesia de San Agustín. El convento lo convirtieron en cuartel, luego en almacén municipal y luego en escombros, ¿os suena este recorrido?

Abandono la zona por la calle de Barquilleros y salgo a la cuesta de Palacio, bajo hasta la calle del Mercado y por ella salgo a la de Santo Domingo en donde se encontraba el convento de los dominicos. Este cenobio corrió mejor suerte que los anteriormente descritos y aunque también fue afectado por la DM y se vio convertido durante muchos años en hospital militar, yo lo conocí en funcionamiento, se salvó de la piqueta y hoy, remodelado con un estilo que no entraré a calificar por si me lee su autor, alberga el departamento de educación del Gobierno de Navarra. Al menos se salvó el claustro. La iglesia está en horas bajas y apenas tiene culto. Su órgano es digno de verse y de escucharse.

Sigo Santo Domingo en el sentido del encierro y a mano derecha tomo las escaleras de Jadraque que me llevan a la calle de Bolserías, hoy San Saturnino. Frente a mí se alza, majestuosa, la iglesia que los francos levantaran en el siglo XIII en honor de San Cernin. Sus dos imponentes torres me dan la bienvenida. Tampoco este gran templo ha resultado indemne a lo largo de los años. Por un lado, en el siglo XVIII, los pamploneses vieron cómo su viejo claustro gótico, con su cementerio, y una pequeña capilla en la que se veneraba a la Virgen de los Pobres, ¡con el éxito que hoy tendría esta Virgen!, pasaban a formar parte de la historia y en su lugar se levantaba una recargada capilla barroca en honor de la Virgen del Camino, la viajera. Por otro lado, a comienzos del siglo XX el viejo retablo de estilo churrigueresco, fechado en 1686, desaparece de su lugar y función y en toda la cabecera del templo se acomete una restauración que nos deja un horroroso retablo neogótico firmado por Fermín Isturiz, compinche de Ansoleaga en sus andanzas por entre altares pamploneses. Uno de los retablos menores lleva una leyenda en su parte inferior para que se sepa quién fue el autor de tan desdichada restauración y en ella dice: Año de MCMXVI Legado de D. Francisco González Viscarret, párroco que restauró esta iglesia…etc. etc. Qué necesidad tenían algunos de dejar su impronta. (Datos tomados del nº 318 de los Cuadernos de Cultura Popular, Juan José Martinena, Pamplona. 1987).

Bien, hasta aquí llegamos hoy, el domingo que viene dejaremos zanjado este doloroso capítulo de la vida pamplonesa.

Beso pa tos.