La guerra está ahí. Las guerras siempre están ahí. En Ucrania y en medio mundo más. Las malditas guerras. Un año desde que Putin ordenara la invasión ilegal de Ucrania y al menos 8.000 civiles ucranios muertos, millones de refugiados en Polonia y otros países limítrofes –otros 2,4 de ciudadanos ucranios refugiados en Rusia también–, y decenas de miles de soldados de ambos bandos muertos en los frentes. Ciudades destruidas, familias separadas y vidas rotas. Da miedo y lástima todo. Todos ellos, los ciudadanos ucranios, ya sean pro occidentales o pro rusos, son las verdaderas víctimas de este conflicto de intereses y de poder entre EEUU, Rusia y China principalmente.

La UE es solo un convidado de piedra con papel secundario. Pero ellos ya no están aquí o no tienen nada. No sé cuál será el final de esta guerra ni tampoco qué derivará de ello en el orden geopolítico internacional. Lo seguro es que el mal humano ya está hecho y que en un mundo en pleno proceso de cambio y transformación en todos sus ámbitos –energético, social, económico, industrial, territorial–, nada es igual a lo que era hace solo unos pocos años y nada será igual a lo que ahora es dentro solo de otros pocos. Lo cierto es que Ucrania ha aguantado, con la ayuda de EEUU y la UE, la ofensiva rusa y si Putin pensó en algún momento en una resolución rápida a su apuesta por ocupar ese país falló del todo. Putin ya ha perdido. No porque haya pasado de ser un líder respetado en Occidente al que todos los líderes europeos hacían la pelota sin pudor alguno –Aznar el primero–, a ser la personificación del diablo de todos los males.

Eso no tiene más importancia que la necesidad en todas las guerras de señalar cada uno a un diablo en el otro bando que pueda justificar ante la opinión públicas las diabluras propias que acompañan a toda maldita guerra. Sino porque ya Rusia nunca podrá recuperar a los ucranios. Se quedará o no con los territorios que ha ocupado, pero eso no hay tanques ni misiles que lo solucione. Tras un año de la invasión rusa de Ucrania, la guerra no sólo no desescala hacia una salida negociada que ponga fin al desastre humano –la última propuesta de negociación de China ha sido un intento inútil–, sino que se avanza hacia una escalada bélica mayor y se insinúa o incluso se amenaza periódicamente con la posibilidad de pasar de una guerra convencional a una nuclear.

Biden y Putin compiten por verter la mayor amenaza en sus discursos repletos de retórica belicista y acompañados de campañas grandilocuentes de propaganda y desinformación. Marcando territorio. Parece que no podemos ser tan estúpidos, pero el afán de autodestrucción de los seres humanos con ellos mismos o con otras especies animales o vegetales es una constante. Todas las guerras en marcha ahora en el mundo tienen un mismo componente original: una pugna internacional de bloques de poder por el control de los recursos naturales y las materias primas, en especial aquellas que son fundamentales para la supervivencia del ser humano como alimentos, agua, energía, tierras y rutas comerciales. La puta guerra siempre es, ante todo, un cuestión de poder y un gran negocio. Pero a los beneficiarios de ese poder y de ese dinero les pilla lejos siempre la guerra. Nunca pierden. El sufrimiento no va con ellos. Es para otros, amigos o enemigos les da igual.