Se confirma. Su deidad estará en Donosti los próximos 19 y 20 de junio –en el Kursaal–, en Logroño el 21 y además en Barcelona, Madrid, Alicante, Granada, Sevilla y Huesca, dentro de su gira europea de verano. Si no tengo que empeñar la casa -otra vez- para comprar la entrada, habrá que ir. Digo habrá porque es cierto que en el último año y medio, desde que volvió a la carretera tras la pandemia, está sobre todo repasando su último disco, Rough and Rowdy Ways, y a mi salvo dos temas de los que solo toca uno –Key West, ya que Murder Most Foul, obra maestra, no la toca en directo por ahora– no me gusta especialmente el disco. Claro, también hablamos de alguien de 82 años.

82 años de los que los últimos 37 los lleva en la carretera, a casi 100 noches por año, poniéndose en frente de millones de personas y perdiendo voz y registro vocal. Pero, al mismo tiempo, la fortuna de poder ir observando eso, el cómo se va adaptando a lo que tiene, no deja de ser una maravilla. Siempre y cuando no te digan por ahí que es una cosa de otro planeta. No. Dylan ha sido de otro planeta, es de otro planeta a nivel compositivo en muchos de sus discos, juega en otra Liga en cuanto a letras y melodías de no menos de 100 canciones, pero el Dylan actual, siendo un lujo verlo en directo, no es ya una obra maestra como lo ha sido en muchas fases de su carrera.

Las cosas son así, la edad no perdona y aunque sigue atrayendo con su descomunal carisma y te puede destrozar con dos frases el paso del tiempo en su voz y el estilo que ha elegido estos últimos años distorsionan bastante lo que hasta más o menos 2019 era su puesta en escena. Sigue mereciendo la pena, obvio, es Dylan, pero, lo dicho, aunque esté estupendo para 82 tacos se nota que esa garganta y ese cuerpo llevan tralla. Pero vayan a verlo, claro, si pueden. Es Bob Dylan. No han estado ni estarán tan cerca de alguien con ese talento jamás.