Quedan creo 78 días para las elecciones forales y autonómicas del 28 de mayo y será un tiempo que se irá haciendo más largo conforme se acerque la jornada. Más a quienes ponen su imagen en los carteles de propaganda electoral.

Siempre me ha interesado ese momento de observar la imagen, la simbología y los mensajes de las campañas de los candidatos y de los partidos a los que representan. Tienen todavía, más allá de la evolución de las técnicas de comunicación a lo largo de los años, un último punto de aquella inocencia política de los inicios de la democracia.

No creo que los espacios socioelectorales de Navarra vayan a modificarse de forma sustancial. Ni siendo como no son estos tiempos buenos tiempos para una democracia acosada por todos los lados. Navarra, como el resto de Euskal Herria, está bien asentada. Pero a la democracia hoy en día le ocurre lo mismo que sucedió a Navarra en las décadas anteriores a su conquista militar a sangre y fuego por parte de Castilla: Utrimque roditur.

La democracia está roída por todas las partes en todos sus valores básicos. Y lo que es peor, desde las estructuras de la propia democracia. Aún así, sigue siendo el modelo que apoyan y defienden más del 80% de las navarras y navarros. La Legislatura, como la de 2015, ha sido buena para Navarra. Hoy es un espacio de convivencia, de actividad e inversión industrial, de estabilidad institucional y política, de cohesión social y de desarrollo socioeconómico que transmite tranquilidad y potencialidad tanto interna como externamente. Y ello pese a la pandemia sanitaria, la crisis energética, la mentira y la confrontación que ha alimentado la derecha, los costes de la transformación medioambiental, los nubarrones acompañan a la guerra en Ucrania, el precio de los alimentos o el aumento de los tipos de interés y del IPC o la incertidumbre del cambio social que llega con este siglo XXI. Son las dos caras de la Navarra que encamina este presente.

Creo que la parte positiva aún se impone en la sociedad navarra a la negativa, aunque ésta parece augurar una crisis más desastrosa que la de 2008 y 2011. Pero también creo que, como la mayor parte de las sociedades europeas, se balancea entre la fortaleza de sus potencialidades y las dudas que traen los cambios que se están produciendo.

Cada vez resulta más evidente el trasvase de las rentas de trabajo y las clases medias a los inmensos beneficios de los fondos especulativos que controlan los sectores básicos y estratégicos, la banca y las grandes corporaciones. De nuevo, es una estafa disfrazada como crisis. Un paso más en un proceso de involución política, económica y social que lleva años en marcha y que aglutina en un mismo sistema la pérdida de derechos democráticos y el empobrecimiento social. También un mandamiento de ese neocapitalismo que dicta que las ganancias y dividendos pasan a los bolsillos privados de unos pocos y las pérdidas se socializan con los bolsillos de todos.

Tampoco creo que la sombra que siempre acompaña a la vida haya ido ganando espacio a la vitalidad. Aún, al menos. Pero más allá de las elecciones, lo que viene no está tan claro y seguro como ha estado antes. Tiempo de estabilidad y cohesión para salvaguardar los derechos y deberes de nuestro sistema de convivencia y las potencialidades que suma Navarra.