En casi todos los pueblos, grandes o pequeños hay una plaza y en la plaza un bar, una tienda o las dos cosas. Malo es cuando no hay ninguna. En los grandes seguro que hay más locales, pero en los pueblos de menos de 200 habitantes, que son muchos en Navarra y la mayoría en el Pirineo, el bar del pueblo es mucho más que un negocio. Y mientas en Pamplona el debate está en no abrir más barras, en los pueblos se lucha para que no se cierre ninguna. En la mayoría son negocios familiares, sacrificados, de esos que implican vivir detrás de la barra casi los 365 días del año, que en pleno siglo XXI afrontan el reto de la falta de relevo generacional, cuando la hostelería ya no se ve como una opción laboral de futuro. Todos queremos tener un bar cerca porque son mucho más que un lugar al que ir a tomar una cerveza o un bocata. Y en el pueblo, son el verdadero punto de encuentro entre los habitantes, de todas las edades y de toda condición social, política o vital. Son esenciales sobre todo en los duros días del invierno, y no hay duda de que su función social es clave porque el ocio también lo es para poner freno a la despoblación. Ver las luces del bar abierto siempre es una señal de vida, pero cada vez es más complicado mantenerlos. Por eso es importante el paso dado esta semana en el pleno del Congreso al tramitar la proposición de ley que considera a los bares, restaurantes y pequeños comercios de municipios de menos de 200 habitantes como entidades de economía social, que podrán beneficiarse de los incentivos y ayudas que tienen este tipo de organizaciones. Un bar es vida, en mi pueblo desde luego que sí.