No es necesario pasar por una experiencia para poder hablar de ella. Ni para opinar. Ni para legislar. Pero vivirla crea un conocimiento al que no se llega de ningún otro modo. ¿Qué experiencia? Estar embarazada. Llevar una vida dentro me iluminó. Horroroso, cuando no tenía náuseas, era lumbago. Parir. La magia de la vida, la naturaleza abriéndose paso. Creí que iba a morir del dolor. Además la experiencia del embarazo y el parto no tendrá nada que ver si vives en una casa luminosa con jardín en los Hamptons y todo tu trabajo es retocar ese jardín, si vives en una aldea de Benin con 6 hijos, el último a la espalda, y un bidón de agua sobre la cabeza a lo largo de 12 km. diarios, o si vives en un piso de protección oficial en Basauri mientras crías a dos niños y limpias casas ajenas sin contrato ni baja por maternidad. Hay muchos extremos. Si algo une a estas tres mujeres, sea más o menos buscado el hijo que llevan en el vientre, es que cuando nazca quizá habrá un instante en el que se les olvidará todo. La dureza, la inquietud, la impotencia. Cuando tu hijo nace, le ves la cara y le abrazas sobre tu pecho te atraviesa una certeza muy íntima y muy animal, sabes que siempre estaréis unidos, que ese cordón no se puede cortar. Otro de los trucos de la supervivencia de la especie, ¿eh, Darwin? Sé que no es un sentimiento tan universal y que ponerse en la situación y la necesidad de otras mujeres es imposible, pero soltar a la criatura que has llevado dentro 9 meses y olvidarla porque alguien que no puede parir te ha pagado 5.000 o 200.000 euros no creo que te salga gratis. El dinero puede cambiar una vida, pero creo que no todo es mercado y mercancía. Legislarlo así nos convierte en otra cosa.